Contra los fetiches postmodernos

Leí el comentario de Javier Rodríguez Marcos en Babelia y decidí leer Sociofobia, el ensayo de César Rendueles. Como vi que el crítico insistía en su recomendación en alguna entrevista de corte personal, reforcé mi decisión: él no podía arriesgar tanto con una patochada y yo, gracias a consejos de este tipo, había llegado en otras ocasiones a lecturas que, luego, me apasionaron (aunque también he sufrido decepciones e incluso frustraciones).

Además, en las promesas que los críticos formulaban en sus recensiones se ratificaban algunas de esas firmes convicciones personales que, por falta de sustento e incluso de discernimiento, quienes denigran a petulantes y presuntuosos, calificamos como intuiciones o teorías en vías de fundamentación, sin mayor solvencia que la sabiduría de los seguidores de V Milenio o del calendario zaragozano.

Pero, no. La Sociofobía de César Rendueles, sin ser un ejercicio de mera provocación, tiene el valor del revulsivo que obliga a dudar y a repensar más que a concluir. Partiendo de análisis tan agudos como bien (y a veces, irónicamente) documentados, el ensayo propone perspectivas y paradojas que remueven los cimientos de las estructuras de pensamiento no solo más convencionales sino también más sólidamente establecidos. Y todo ello, desde una perspectiva argumental coherente y una posición ideológica nítida en su complejidad.

Extraigo algunas referencias: la revolución tecnológica ha aportado mucho menos de lo que se dice al progreso social y, sobre todo, al establecimiento de vínculos sociales;la pérdida de valores auspiciada por capitalismo/neoliberalismo se ha reforzado con el ciberfetichismo, que conduce al estado de apatía identificable con la sociofobia; la clave de todo ello estriba en el consumismo, causa de la ruina de los referentes sociales y de la carencia de vínculos y, sobre todo, de compromisos con el entorno y de expectativas políticas veraces.

Otras: la tecnología, en lugar de romper el aislamiento social e individual preconizado por el neoliberalismo, nos ha hecho más autárquicos e indefensos; Internet se ha convertido en la gran utopía postpolítica, porque que la cantidad de información a la que nos somete, en lugar de impulsar la voluntad de actuar políticamente (de forma pública y social), nos abruma con opiniones que aplazan nuestra implicación en la vida pública.

Asi, pensando sobre todo ello, me hice filosociófobo y, concluida la lectura y asumida esa conclusión definitiva, me veo abocado a una decisión urgente: abandonar definitivamente estos blogs a través de los que creía realizarme, porque, por mucha enjundia que le ponga, abundan más las tonterías y, sobre todo, porque, por muchos followers que acumule (¡gracias, familia!), no solo el neocapitalismo acabará arrumbándome sino que me engullirá hasta declararme un tipo inane; o sea, imbécil.

Ya me advirtieron mis progenitores que es mucho más fácil predicar que dar trigo. Por eso, en primer lugar, quisieron hacerme cura, tal vez porque no confiaban en mi capacidad para asuntos complejos; y en segundo, yo quise hacerme periodista, quizás porque la desconfianza paterna me había convertido en un acomplejado y ese oficio, no se por qué, dispara la autoestima y, con frecuencia, la estupidez. Ahora, en esta edad jubilar que me aboca a la regeneración moral en vísperas de la definitiva degeneración física, no tengo otro remedio que echarme al monte, aunque bien sé que el trigo triunfa en la meseta.

O sea, que Sociofobia, pese a su voluntad de ensayo e incluso de tratado, tiene dosis de humor y de distancia, y por ello, pese a tanta autocrítica, no voy a cortarme las venas por más dudas que aleteen en mi cabeza. Nunca están de más la duda y la ironía. Eso provoca este ensayo: que las reflexiones de fondo se impongan hasta hacer zozobrar las modernas convicciones o, mejor aún, los fetiches postmodernos. .

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