
El ministro Montoro, un hombre al que le gusta reír en los funerales, amenazó hace algunos días a defraudadores y morosos con publicar sus cuentas si se empeñaban en llevarle la contraria. O simplemente, criticarle. De hecho, la advertencia tenía como destinatarios algunos medios de comunicación y uno de ellos, El País, en particular.
Aunque todos eran conscientes, incluido Montoro, de que la amenaza no se cumpliría en ningún caso, hubo quienes se escandalizaron ante la posibilidad de que se sorteara la confidencialidad de la situación de empresas y ciudadanos con Hacienda. Y se quedaron tan contentos. Todos.
¡Qué más quisiéramos…!
La publicación de las listas de defraudadores, evasores, morosos, incumplidores… es una necesidad y un derecho de quienes cumplen con sus obligaciones tributarias. El de quienes tienen que contribuir por encima de lo que les corresponde por la desvergüenza de otros. ¿Cómo es posible que la ley ampare al delincuente en contra del cumplidor, que los medios de comunicación defiendan a los defraudadores (tal vez, ellos mismos) sin sonrojo, que se den por buenos tales principios?
Es hora de honrar nuevamente, ahora que acaba de conseguir la libertad, aunque bajos estrictos controles para evitar su huida, al ciudadano que más ha hecho para poner nombres y apellidos a defraudadores flagrantes: Hervé Falciani. Ese es el hombre y su nombre.
El ha mostrado que en el otoño que vivimos hay demasiados membrillos pochos (Véase la foto).
