Los juegos del lenguaje y la literatura

Como suele ocurrir en cada novela de Gonzalo Hidalgo Bayal, de manera más o menos explícita, por el eje temático de la obra o por el valor específico de su armadura, en Arde ya la yedra (Tusquets, 2024) todo gira en torno a la literatura concebida como juego íntimo o como competición púbica, como desafío interior o como medio de afirmación exterior, como búsqueda e introspección personal o como instrumento de reconocimiento social, como medio de sanación o como excusa o reclamo de otras ambiciones. De todo ello trata esta vez la última novela bayaliana y lo hace sin ambages ni entrelíneas, como eje de la obra en general y de cada una de sus dos partes.

Tras un desengaño amoroso, el joven autor de La I no merece ceremonial (reconvertida posteriormente a efectos concursantes en Arde ya la yedra) busca la sanación de un desengaño a través la escritura, para lo que recurre a las más diversas y estrafalarias fórmulas orientadas a superar el síndrome del folio en blanco. La encuentra observando a un grupo de muchachas que acuden a bañarse al río cada uno de los días del mes de agosto. Esa es la escusa; lo importante de la trama es el juego, la senda marcada por Saúl Olúas, referente bayaliano desde El cerco oblicuo o El espíritu áspero y ahora prescriptor del juego lingüístico, cuestión central en el conjunto de la obra de su inventor.

A través de esas travesuras lingüísticas la narración se desarrolla sin poder establecer, como el propio autor advierte en algún momento, si los palíndromos que vertebran el relato de la primera parte son el punto de partida o el de llegada de los hechos que se van sucediendo. Es el legado del imaginario Saúl Olúas, autor no menos inventado de Las navajas sajan sal, Salubres se van las naves sérbolas y especialmente Amo cada coma. Pero también es la herencia de otras obras bayalianas como Amad a la dama, La sed de sal.

En ese contexto aparecen “los palíndromos, calambures demás artes lúdicas de la literatura visual”. A sabiendas de que “la fascinación que provocan estas diversiones”, como explica el narrador, “no tiene más fundamento que entregarse al ocio lúdico de las palabras, al puro juego vacío de la sintaxis o a la torsión semántica que, esto es, a la magia de palabras incompatibles combinadas sin más criterio que la caprichosa e irracional prestidigitación de los espejos”, aunque, a sabiendas de que “bajo la atracción subyace nuestra conciencia primitiva de la vida”.

Todo converge en la literatura concebida como el fruto de “arar y arar: al derecho y al revés, yendo y viniendo, y volviendo a ir y a venir”, o del “inagotable bustrófedon de los labradores griegos”. En ello coinciden Saúl Olías y el narrador. Sus efectos se concretan en la selección de la obra como finalista de un premio provinciano e institucional en el que se ponen en solfa la inquietudes literarias de los promotores de este tipo de eventos, las motivaciones más o menos vanidosas de los concursantes, las dispares ambiciones de los participantes, el desapego de las entidades culturales o el desinterés general respecto a la literatura.

Todo ello expone de manera natural y variable, sin reproches ni desprecios, sin moralina ni moralejas, a través de detalles perfectamente imaginables y de las lúcidas reflexiones del profesor de lengua y literatura que es Gonzalo Hidalgo Bayal. Un buceador incansable a la búsqueda de una narrativa que sorprende, estimula y obiga a alejarse de convencionalismo para sumergirse en el deleite y el gozo del lenguaje, concebido no solo como el principal instrumento de comunicación sino, sobre todo, como un medio desde el que explorar el valor de la reflexión e incluso de los juegos fonéticos o la creación literaria.

Con Arde ya la yedra Gonzalo Hidalgo Bayal reincide como escritor sin ruido, como habitante singular de un tiempo dado a la fanfarria, con el humor, la ironía y el ingenio coloquial de quien estimula al juego y al disfrute de la pura literatura. Como adalid del adjetivo que aporta matices, sugerencias, referencias a escritores muy diversos, sorpresas y contradicciones en una época que reduce el conocimiento al mensaje directo de las pantallas. ¡Qué gozada!

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