
Apenas seis días después de haber tomado posesión del cargo de presidente de la Comisión Europea, el democristiano Jean Claude Juncker está en un atolladero. El país del que era primer ministro rebajó los impuestos por beneficios a las multinacionales (del 28,5% que la ley establecía al 2%) que Ikea, Pepsi, Google y otras trescientas y pico macrocorporaciones camuflaron sus beneficios en otros países de la Unión y para llevarlos y lavarlos como beneficios en el Principado. ¡Una vergüenza! Un robo, un fraude… Y Juncker, un perista, un colaborador necesario…
Pero si no se hubieran ido a Luxemburgo, los beneficios habría huido a otros países (hubo un tiempo en el que lo hacían a Irlanda, que consiguió así un importante incremento de su economía), porque el bien nacional se antepone a cualquier bien en vías de otra nacionalización. Y así nos va. Sin remedio.
No se sabe a dónde llegará este caso. Solo hay algo cierto: el mundo se ha convertido en un antro de corrupción, pero al mundo no le va a dar un ataque repentino de decencia.
