Aunque el mundo la necesite como un símbolo, Malala no merece que la conviertan en una pancarta. Por eso alegra y preocupa su presencia, su discurso y su tono ante el Parlamento Europeo. Es como si le hubieran arrebatado la infancia para enfatizar una arenga escrita por alguien sacado de su auditorio.
Sin embargo, algo se revuelve en las tripas cuando esta adolescente afirma que hay 57 millones de niños que no quieren una Xbox, una Play Station, una Wii u otro artilugio postmoderno, sino ¡”un libro y un lápiz”! 57 millones que carecen de ello y que, si lo reclaman, pueden recibir un disparo en la cabeza. Los talibanes, sí, pero también de los que viven de la miseria de los demás, e incluso de los sólo mueven las manos para aplaudir el discurso.
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Mientras Malala, asediada por la metralla de los talibanes, reclamaba un libro y un lápiz, el ministro de Educación comenta en los pasillos del Congreso que se siente en «la jungla… y sin machete».
