
El Pazo de Meirás cierra al público en agosto. Para que los visitantes no vean a la familia del dictador en bikini y evitar así cualquier impulso sádico. Tuvimos que aguantar a la nietísima en Mira quién baila, pero repetirlo en la mansión que les regaló el pueblo y en paños menores, demasiado.
Este no es un argumento estúpido.
Lo estúpido es que, a cambio de su apertura al público, el Gobierno gallego pague la seguridad de las instalaciones y que se vea obligado a contratarla con la empresa que los usufructuarios han decidido. Lo estúpido es que los visitantes reciban las explicaciones sobre el edificio y sus dependencias según el guión redactado por los mismos interfectos.
O no. Porque quizás la estupidez fundamental haya sido abrir el pazo a los ciudadanos sin liberar al edificio de sus usurpadores. O al menos, sin haberlo desinfectado.
De esta manera la recuperación ciudadana del Pazo es una pantomima que avergüenza a la sociedad. A veces hay que aceptar que el horno no esté para bollos o hacer un pan como unas tortas, pero, si eres el dueño de la panadería, o se te queda cara de estúpido o lo eres.
