Viajo en coche. Escucho la radio. En Extremadura se ha montado un lío, a cuenta de unas declaraciones del candidato del PP que acusaba al presidente de la Junta de acosar y amenazar a algunas personas incluidas en las listas electorales del partido opositor. Metidos en follones, una alcaldesa del PP denuncia a los dirigentes socialistas de espiarla tanto en sus actividades públicas como privadas mediante detectives profesionales y adversarios políticos dispuestos a emular a Sherolk Holmes.
Al margen de las razones para las acusaciones, puestas en cuestión por los comentaristas que escuché, me sorprendió la presentación del director del programa, a su vez director regional de informativos. Según él, los políticos tienen una extraordinaria habilidad para liarse, para convertir en un asunto central cuestiones marginales o irrelevantes. De hecho, decía, el presidente extremeño, que durante toda la mañana había estado hablando de los problemas que afectan a la región, por la tarde se había enzarzado en las acusaciones planteadas por el PP y no había tenido tiempo para otra cosa, abandonando, decía el periodista, los intereses reales de los ciudadanos.
El argumento culminaba de este modo. En su emisora se habían repetido declaraciones del presidente sobre el lío de las amenazas y los espías, muchas, diversas, hasta inundar la programación. “Es posible”, añadía el interfecto, “que haya hablado de otras cosas, pero los cortes que aquí hemos escuchado sólo hablaban de eso”.
Esos cortes los selecciona obviamente la emisora, sus profesionales. ¿Entonces, a qué venía la perorata? Las peroratas son así, las pronuncian quienes no entienden. Por eso periodistas y políticos nos confundimos tanto.
