Personaje

Nunca le tuve respeto. Le conocí cuando él trabajaba como periodista, aunque en realidad ejercía como agitador del candidato Aznar contra el gobierno socialista en Castilla y León. Año 1987. Conseguido su propósito, ejerció como portavoz de la Junta e inició su actividad empresarial en el ámbito de la comunicación, porque algunos, más que de incompatibilidades, carecen de principios éticos, o cívicos. Conquistado el nuevo objetivo, accedió a la portavocía del gobierno de la nación y, desde allí, a la gestión de empresas de mayor fuste en el terreno de los medios, la publicidad, la imagen; todo ello, sin menoscabo de su actividad agitadora en favor de su patrón a través de tertulias, vídeos e influencias.

En Valladolid dejó huella definitiva de su actividad en un memorándum en que descalificaba a muchos antiguos compañeros por el mero hecho de no ser afines al poder que él mismo representaba. En Madrid ejerció de manipulador sin ambages y de acosador de los profesionales sin filiación. Hubo un tiempo, con Aznar en el gobierno, en que cada día en que se nos ocurría incluir alguna noticia crítica para el gobierno, varios teléfonos de la redacción sonaban de manera sincronizada al término de los informativos. Era él.

El asentamiento de Aznar en el poder llevó a aquella cadena a un cambio radical de su propiedad. Y a mí a cambiar de medio. Al cabo de tres años le encontré en otra redacción.

– No sabía que estuvieras aquí –me dijo.

– Por eso estoy aquí –le contesté.

Que ahora le hayan condenado –siquiera, por el momento– por injurias, no sólo por faltón o lenguaraz, no es un gaje del oficio o del espectáculo, como él ha querido justificar. Sobre él ha recaído una sanción moral. No puede entenderla. Desconoce esos valores.

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