Pobres náufragos

Trescientos subsaharianos que huían de Libia en una barcaza mueren ahogados cuando una patrullera italiana intentaba auxiliarles. Una metáfora salvaje de una realidad cruel.

En el Foro Iberoamérica que organiza la Universidad de Brown, en Providence, USA, se dice que la inmigración es un efecto natural de un mundo globalizado. ¿Cuándo será tan solo un derecho de quienes la asumen?

Se opondría, piensa todavía la mayoría de los ciudadanos de los países prósperos, a otros derechos, los que usufructúan los habitantes de esos lugares. Pero no es verdad. Si el mundo global consiguiera una distribución algo más justa de la riqueza, la inmensa mayoría de los habitantes de la tierra sería más rica. Los inmigrantes no son el problema.

El problema habita en el interior de una sociedad en la que la crisis galopante que nos asola hace aún más ricos a quienes ya lo eran en dosis extremas, incrementa la fortuna de los que vivían en la abundancia y mantiene la riqueza de las clases altas; en cambio, las clases emergentes pierden parte de su bienestar, las medias, bastante; las bajas, mucho. Los pobres, todo; los muy pobres mueren.

Los ricos habían previsto acudir al rescate.

¿Por qué debe esperar el náufrago a bordo de un bote a la deriva debe esperar a que las lanchas rápidas de rescate (que, tal vez, lo sean en realidad de vigilancia) les haga un hueco en la cubierta? ¿Por qué no asaltarlas aun a costa de arrojar a la mar a los guardacostas? Cuestión de supervivencia.

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