
Algunos grupos parlamentarios parlamentarios tienen prisa para ponerse a legislar. Aún no saben si pueden hacerlo con el gobierno en funciones, pero anuncian medidas e incluso acuden con ellas al registro del Parlamento. Se trata más de gestos para la galería que de compromisos con el cambio necesario, porque, si fuera esto, habría que discutir entonces el procedimiento.
¿Tiene sentido introducir modificaciones que alteren, por ejemplo, las cuentas públicas? Habría que acompañar n ese caso modificaciones al presupuesto, reequilibrando las partidas, modificando las prioridades o compensando, al menos, los nuevos gastos con nuevos ingresos. ¿Podría hacerse eso sin nadie al frente del Excel supremo?
¿Sólo se podría actuar en los asuntos que no requirieran un cambio presupuestario? Podría ser la reforma de la reforma (no es redundancia sino descripción de la realidad) de la ley de la radiotelevisión pública, por ejemplo. Sí, podría. ¿No resultaría, en ese supuesto, más conveniente pensar primero y, luego, sucesivamente, presentar la idea a los ciudadanos, debatir con otros grupos, pulir al fin las ocurrencias para, llegado el momento, actuar sin pausa una vez despejado el ahora incierto horizonte de las instituciones?
Pues, no; se ha declarado el estado de campaña electoral permanente en esta sociedad ansiosa de por sí y al borde, en estos trances, del colapso cardiaco. Y todos andamos en ese carrusel con la consiguiente pérdida de tiempo, de ilusion y de dinero.
