El estado actual de RTVE resulta surrealista. O mejor, inefable.
Alguien diseñó a la corporación como una organización gobernada por doce cabezas conectadas a diferentes sistemas nerviosos que debían regir un cuerpo enorme, complejo y, para colmo, aquejado de esclerosis, reumatismo y otras afecciones. O sea, un despropósito. El cerebro poliforme tenía más propensión al cortocircuito que al raciocinio, por lo que el papel del presidente resultaba imprescindible, no tanto para organizar la masa encefálica, como ocurre en otras instituciones, sino para actuar a modo de embudo entre la cabeza y el organismo o, en algunos casos, como interfaz, adaptando los impulsos eléctricos a la policefalia o las órdenes policéfalas al sistema nervioso del mastodonte.
Un engendro.
De un tiempo a esta parte RTVE se ha quedado sin embudo e interfaz. El paquidermo se arrastra por inercia y aún mantiene un cierto porte, crepuscular pero aparente. A veces suelta coces y otras se amodorra. Las cabezas se han reducido a diez, pero eso no evita el guirigay. Hasta ellos mismos se han dado cuenta. Y de esa manera han surgido presidentes interinos que se colocan entre las nueve cabezas restantes y el tronco de la bestia para ejercer como filtro de las decisiones que los otros se atribuyen. El cuerpo sigue su camino, aunque no entienda las instrucciones. Mucho menos, su sentido.
Aparte de ejercer como embudo e interfaz, el presidente original tenía que rendir cuentas de la actividad del cerebro multipolar y del cuerpo imperturbable. Lo hacía una vez al mes ante un auditorio fundamentalmente bipolar, aunque con otras protuberancias cerebrales adheridas. No había manera de entenderse: aquello era un disparate de preguntas esgrimidas como pretexto para solemnes aseveraciones estúpidas o, cuando menos, ignorantes de lo que es y debe ser un medio de comunicación al margen de su titularidad.
Ahora los interrogadores se han empeñado en seguir preguntando al paquidermo descabezado, tal vez como excusa para seguir haciendo preguntas que permitan a los inquisidores expresar sus afirmaciones grandilocuentes. Ese es el juego, por eso, o por su bipolaridad, sus señorías insisten en reclamar al estrado al presidente de turno, pese a que las otras nueve cabezas del animal le hayan dicho que sólo puede hablar en nombre de todas ellas. O sea, de nada. Y sin embargo, no cejan.
Esto no es una ópera bufa. Esto es un despropósito, una anomalía, una pura deformidad de dimensiones escatológicas convertida en espectáculo de la villa y corte. Antes, a los monstruos se los llevaba al circo o a la plaza. Ahora, los reclama el Congreso para su uso y disfrute. Pasen y vean…
