RTVE: a partir de ahora, sin caretas

Si en algunos momentos el gobierno de Rajoy ha querido distanciarse de los de Aznar e incluso de algunos gobiernos autonómicos conducidos por el Partido Popular, en la gestión de los medios públicos la coherencia impuesta por el líder de Las Azores se ha mantenido a machamartillo.

Tiene su lógica: cuando no se cree en lo público, nada mejor que hundir a quienes tienen la obligación social de defenderlo.

Pese a algunos errores graves de planteamiento en la ley de la ratiotelevisión pública estatal y al zigzagueante rumbo de la política de comunicación de los gobiernos de Zapatero, que no acabaron de creerse lo que ellos mismos argüían, la bonanza de aquella época en RTVE ha dado paso a un retroceso, de ritmo creciente, hacia las catacumbas.

Así, se suprimió la obligatoriedad de una mayoría cualificada para la elección del presidente y se asumió sin pudor una dirección partidaria; se cortocircuitó a la radio y la televisión españolas negándole la financiación imprescindible o poniendo sobre la mesa un nuevo modelo más eficiente y aceptable, se premiaron afinidades inconfesables (con programas de mañana y de tarde), se recuperaron especímenes más casposos que viejos (aun siéndolo mucho) y los servicios informativos asumieron el rigor de la manipulación en informes semanales o en todo un canal de 24 horas al día.

Los telediarios, pese a todo, flotaron superficialmente, cada vez con menos aire, porque la etapa anterior dejó un instrumento que, si entonces resultaba incómodo, ahora se considera repugnante; todo es cuestión de la credibilidad del que se ofende. Los consejos informativos, pese a todo–a veces, incluso, pese a ellos mismos– han librado más de una batalla a costa de las descalificaciones correspondientes.

Llegados a este punto del calendario electoral y tras la deserción de algún afín no comprendido, ha llegado el momento de las decisiones sin complejos, como las de antes. Los guardianes que ya defendieron las esencias en épocas aznaristas y urdacianas han regresado. Primero, a TVE, donde el perfil profesional y discreto del nuevo director camina de puntillas, sin alboroto, por el momento; y ahora, a la corporación entera, a la que llega un nuevo presidente que ya lo fue (aunque se llamara de otra manera), especialista en trágalas y en eres, que ejerció de máximo responsable en una etapa nefasta, por parcial y barriobajera, de la televisión pública española, que ha disparado el tiro de gracia a una autonómica, referente en su día de innovación y respeto al espectador, y que tiene el privilegio de figurar en la orla de honor que Bárcenas esculpió con quienes habían cobrado de Génova.

Henos aquí, ante la desfachatez de este tiempo y esta política.

Fin del carnaval.

A partir de ahora, sin caretas.

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