Sacrificados al dios dinero

«La deuda». Barney Elliot, 2013

Entre otras medidas de marcado carácter populista y discutible filiación ideológica, el general golpista Juan Velasco Alvarado llevó a cabo a finales de los años sesenta una reforma agraria que teóricamente desposeía de sus latifundios a los terratenientes, pero a cambio de unos bonos cuyo pago, aunque diferido, iba a estrangular a largo plazo la economía peruana. Muchos años después, es decir en la actualidad, según el argumento de esta película de ficción, un fondo buitre estadounidense intenta hacerse con todos esos bonos, al amparo de un tratado de libre comercio tan criminal como los de verdad, para acorralar al gobierno, obligándolo a practicar brutales recortes presupuestarios.

Presionado por sus jefes, el broker Oliver Campbell procura hacerse a toda prisa con la totalidad de los bonos, tropezando con los obstáculos que representan tanto el mafioso Caravedo, interesado en recuperar las tierras que fueron de sus antepasados por motivos que permanecerán ocultos hasta casi el final, como el campesino Florentino Gamarra, empeñado en conservar las suyas, aun con enormes dificultades y en contra de la opinión de sus compañeros de cooperativa, deslumbrados por las falsas promesas de prosperidad que les hace aquel.

La deuda –título español que no recuerda en nada al original inglés, El trato de Oliver– sigue las peripecias de esos personajes centrales, en paralelo con la de María Ruiz, enfermera en un hospital y que representaría, junto al fiel esbirro del capitalismo y al campesino apegado a su terruño, los problemas de una clase media urbana reducida a la miseria por la política neoliberal que privilegia el pago de la deuda sobre las necesidades sociales de la población. Tres líneas que irán alternando a lo largo de toda la narración, para coincidir previsible aunque un tanto forzadamente cerca ya del desenlace.

La descripción de las condiciones de vida en el campo, personificadas en la familia Gamarra, es muy cruda y no ahorra penalidades ni contradicciones, como la de ese padre autoritario y violento con su hijo pequeño y que se hunde emocionalmente cuando este resulta herido de gravedad, después de haberlo obligado a cuidar ganado en un medio natural hostil. Lo mismo ocurre con el entorno de María, incapaz de pagar el mínimo alquiler de la vivienda que ocupa, lo que la fuerza a sustraer medicamentos en el hospital y traficar con ellos en los bajos fondos, así como a chantajear al médico del que depende la asignación de un cirujano para que atienda a su madre enferma y que sufre terribles dolores.

Mientras tanto, Oliver es agasajado en una fiesta de lujo con motivo de su cumpleaños, y amenaza a su eterno compañero de trabajo Ricardo –que tiene raíces indígenas y experimenta cierta mala conciencia al contribuir al expolio de los suyos– con lanzarlo al paro mientras él trata de extorsionar al mismísimo ministro de Economía del país, en competencia y a la vez oscura connivencia con Caravedo.

Pues bien, después de detenerse a detallar con agudeza los males que aquejan a un país sometido de tal forma a los intereses especulativos del capital financiero transnacional, resulta que al cineasta estadounidense Barney Elliot, debutante en el largometraje con esta película inicialmente tan llamativa, no se le ocurre más que centrarse al final en la evolución psicológica del tiburón Oliver, desentendiéndose olímpicamente de todo lo demás. El hecho de que su relato tenga al parecer raíces hasta cierto punto autobiográficas no lo autoriza en modo alguno a relativizar la situación de las víctimas –excelentemente encarnadas por Elsa Olivero en el papel de María y los demás  actores peruanos, frente a la constante sobreactuación de Stephen Dorff en el de Oliver– mientras se compadece del dolor del verdugo en lo que podría querer parecerse a una toma de conciencia pero no es sino una forma refinada de mirarse el ombligo. Y para ello ha involucrado en la financiación de la película, además del dinero estadounidense, al peruano y el español, en un nuevo reflejo involuntario del poderío actual de unos sobre otros. Con lo que se va asemejando cada vez más la situación descrita en el filme a la que padecemos entre nosotros, sometidos también a ese proceso de expolio, con el beneplácito de los gobernantes.

 

 

 

FICHA TÉCNICA

Título original: «Oliver’s Deal». Dirección y Guion: Barney Elliot. Fotografía: Bjorn Stale Bradberg, en color. Montaje: José Luis Romeo. Música: Jesús Díaz y Fletcher Ventura. Intérpretes: Stephen Dorff (Oliver), Amiel Cayo (Florentino), Elsa Olivero (María), Alberto Ammann (Ricardo), David Strathairn (Nathan), Carlos Bardem (Caravedo), Brooke Langton (Kate). Producción: Atlantic Pictures, Viracocha Films y Arcadia Motion Pictures (Estados Unidos, Perú y España, 2013). Duración: 99 minutos.

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