Sentado frente al mar, amerizó un avión

Sentado frente al mar, observé cómo un arrastrero remolcaba a una embarcación de mediano tamaño. Sentado frente al mar, con la placidez de la siesta, se aprecian fenómenos extraños. Sentado frente al mar, pensé que en cualquier momento podían pasar ante mis ojos restos del avión inexplicablemente perdido en el Índico, aunque yo estuviera, ya se sabe que sentado frente al mar, en el Atlántico.

Avisé precipitadamente al 112. Había desaparecido un avión de pasajeros. Había que ponerse manos a la obra. SOS. Alarma. Socorro. El 112 avisó a la agencia EFE. Y la agencia EFE al mundo entero. Pronto se supo que el avión desaparecido era un Boeing. Una cadena de radio aseguró que había amerizado. Otra, que se había hundido. Los oyentes preguntaban si llevaba o no llevaba flotadores, especulaban sobre el susto de los pasajeros, interrogaban acerca del modo de proceder para el salvamento, si se podrían abrir las puertas en alta mar, si corrían peligro la tripulación y el pasaje, abundaban en la pericia que debía atesorar el piloto… Sin embargo, nadie sabía a qué compañía pertenecía el avión o hacia donde se dirigía. Estaba en el mar, cerca de Canarias. Había, por tanto, mucho más información que del aparato malasio.

Los informados ya no pudieron separarse del móvil, de la radio, de lo que fuere; de pensar en los amigos que podían rondar las islas Canarias, de si tendrían que vestirse de luto o acudir a un funeral sin cadáver que atestiguara la verdad de una muerte tan absurda, tan inexplicable, tan repetida. Las autoridades también se movilizaron.

Al cabo de unos minutos, sentado frente al mar, supe que AENA, la ministra de Fomento y hasta el jefe de la Legión afirmaban que no había avión desaparecido ni amerizado ni hundido ni fugado y que lo único o todo lo que había era era una falsa alarma. Luego se explicó, incluido el 112, que confundieron un barco con un avión. Nadie dijo que alguien, sentado frente al mar, se había obnubilado.
Porque tampoco esto explicaba nada y yo no tenía la culpa. ¿Por qué tanta gente se puso en movimiento? Porque era el mejor twit de su vida, porque se trataba de la información más caliente que podía imaginar, de la mejor propaganda para ensalzar la disponibilidad y celeridad de un servicio de socorro.

Desde hace ya mucho tiempo se sabe que el Samur –mas por poner un ejemplo que por señalar– puede acudir a una emergencia sin desfibrilador, pero nunca en ausencia de una cámara de vídeo; que es más importante que se vea al moribundo sometido a técnicas de resucitación antes de que se afirme que sus lesiones eran incompatibles con la vida, mostrar la escena en la televisión con todo su dramatismo a respetar al paciente.

En este caso no hubo imágenes. No había muertos. Una pena.

No obstante, advierto. Sigo aquí, sentado frente al mar. Y obnubilado.

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