
Quizás hubo un tiempo en que las campañas electorales tuvieron sentido. De ese momento a esta parte, sólo lo tienen las tertulias, paradigma del debate público. Por eso resulta difícil distinguir los períodos de campaña electoral con los que no lo son, salvo por aspectos menores e incluso ridículos. La política se ha convertido en un estado de tertulia permanente. La discusión política ha asumido la lógica de las peleas de gallos.
En ese marco general la sociedad prefiere el ardor del combate, ni se habla del valor del argumento. El público se decanta por los púgiles singulares, los que anuncian pelea y sangre tanto en el centro como en los bordes de la gallera. El estilo y los matices resultan irrelevantes, requieren esfuerzo mental; carecen de espectacularidad, aburren.
Aquí no hay gallos y, por ello, algo se esconde detrás de lo visible. Más allá del boxeo, está el ajedrez, dos símiles que se han hecho cotidianos y que, de hecho, ya rondaron por este lagar durante la anterior campaña. Dos actividades, reconocidas a su vez –para qué discutirlo–como deportes, que resultan complementarias, porque el boxeo siempre contó con narradores que exaltaban la estrategia implícita en los mamporros (Mohammad Ali, muerto hace bien poco, fue su profeta) y porque el tablero no eran más que el reflejo de unos enfrentamientos enconados en todos los terrenos.
En el debate político hay más boxeo que ajedrez: la complejidad que se desarrolla en el debate público parece más próxima a la que se despliega sobre el ring que a la que requieren las fichas y el tablero. Más estratagemas que estrategia.
Julio Anguita fue el antecesor de la pinza y el sorpasso. Rescatado del silencio cordobés, pero desposeído del acicate de Pedro J., escondido también, aunque no muerto, ha vuelto, y con él, casualidad o no, han regresado esas dos ideas para centrar una campaña electoral en la que el PP golpea y se asocia con Podemos y en la que Podemos se faja con el PP mientras le reconoce como el único rival digno de serlo.
Los medios han contribuido a esa dualidad, aunque, curiosamente, la salida, por lo que parece, la decidirán otros. Y con este preámbulo, tal vez, con algún golpe bajo.
