Al terminar la lectura la última novela de Jesús Carrasco no siento tanto la necesidad de recordar lo que fueron sus obras anteriores como lo que escribí sobre ellas al terminar de leerlas. Busco en Lagar de Ideas. Primero, Llévame a casa; después, la primeriza y formidable, Intemperie. Concluyo que casi todo lo que entonces apunté debería reiterarlo en este momento con idéntica firmeza.
Elogio de las manos (Seix Barral 2023) sorprende por la coherencia con las precedentes, por la complejidad de la reflexión y la profundidad de los matices, por la riqueza del relato y la pasión que trasluce el lenguaje, por la relevancia de lo sencillo o la trascendencia del paisaje y, en esta ocasión, por el vínculo entre la historia que soporta el nuevo texto y el proceso estrictamente literario, por la fusión del argumento con la reflexión en torno al proceso creativo, entre la realidad y la literatura sustentadas por el ensamblaje de materiales de desecho sobre los que palpita una obra emocionante.
Otra vez el paisaje como protagonista, el espacio rural, en esta ocasión como entorno de una casa en ruinas sin otra expectativa que la de ser derruida para albergar un complejo residencial. El edificio y su entorno son el contrapunto de otros lugares relacionados con la actividad profesional del narrador, protagonista de la historia en colaboración con todos los elementos que le condicionan y circundan, incluida su familia y unos pocos vecinos con nombre propio, aunque siempre relegados al papel primordial del territorio.
Jesús Carrasco reivindica los oficios manuales como formadores de la reflexión y la literatura. En ellos encuentra verdad de las cosas, el sentimiento y la relación más íntima con la reflexión y el sentido de la vida. Ellos convocan a las referencias culturales: literarias, cinematográficas, musicales, filosóficas. Y a memoria.
“En España seguía vigente el estereotipo del pueblo como un espacio de relaciones vigilantes y cerradas. Y sí, siempre hay algo de eso en todos los grupos humanos pequeños que comparten un espacio reducido. Pero cuando se habla de los pueblos, rara vez se habla del tejido comunitario; de la red de personas que se auxilian y comparten; de los pequeños gestos cotidianos, los saludos por la calle o en la tienda; los recados que unos les hacen a los otros”.
Sobre ese espacio se reconstruye la memoria creadora que el autor explica en estos términos: “Dado que los humanos no somos máquinas, cada vez que volvemos a crear introducimos una pequeña variación que hace que cada versión sea algo distinta a la anterior. Pretender ser exacto con esa memoria es tan absurdo como querer encontrar una unidad de medida para el amor o para la decepción. Esas experiencias ni se pueden cuantificar ni se pueden objetivar, porque no hay unidades de medida para ellas. A lo sumo, se pueden registrar las alteraciones fisiológicas que se producen en el cuerpo cuando nos emocionamos. Ahí es donde termina la ciencia y donde comienza la literatura. Para lo que quiero contar, me digo, lo exacto es irrelevante” y, por ello, lo autobiográfico se desarrolla como ficción: “Es más”, ratifica, “recrearé sin pudor los huecos de mi memoria”.
Jesús Carrasco explica en esos términos su propia narrativa: “tiene muchos parecidos con el trabajo artesano. En cierto modo, esa fase final en la que voy ajustando el texto en lecturas sucesivas se parece al acabado de un mueble en el que el ebanista rebaja con el formón los resaltes de los ensamblajes, pasa el cepillo para enrasar barrigas suaves, lija y barniza. El acabado final del mueble permite pasar los dedos por cualquiera de sus zonas y no sentir discontinuidades y rugosidades. El texto se trabaja de modo similar”.
En última instancia se trata de invitar al lector a la “apropiación” de lo que el relato construye. Un concepto que explica la actitud del autor, siempre deseoso de convertir el algo propio no solo lo que no le pertenece sino lo que está llamado a desaparecer.