
Este fin de semana me han obligado a recordar el carácter filantrópico, caritativo y altruista de John Paulson (donante de 80 millones de dólares para la conservación del Central Park neoyorquino), de Bill Gates (que no sólo regaló buena parte de su milmillonaria fortuna sino que convenció a otros cuarenta milmillonarios a hacer algo parecido) o de Amancio Ortega, prócer local, el más rico de los españoles, que ha entregado veinte millones de euros a Cáritas.
¿Acaso los ladrones pueden ser generosos, filántropos, caritativos, altruistas?
Robin Hood, que robaba a los ricos para dárselo a los pobres, debió ser condecorado como un precursor de la socialdemocracia, pero no como un ladrón bueno. En primer lugar, porque ser ladrón es malo (nos lo enseñaron de chiquininos), y porque bueno, lo que se dice bueno, hubiera sido haberles quitado el dinero y metido en la cárcel. Eso hubiera sido justicia social. Lo otro, socialdemocracia, aunque, visto lo visto y lo que veremos, no estuvo tan mal.
O sea, los buenos no pueden ser milmillonarios ni los milmillonarios, buenos. Ese estado (la milmillonariedad), aunque sea aspiracional para buena parte de nuestros congéneres, no se alcanza sino a través de la explotación y el dolo. No hay capital, inversión, emprendimiento e imaginación que merezcan tanta recompensa. Estos premios son el resultado de un esfuerzo muy costoso y muy largo y, en estos tiempos, muy ancho, como el mundo globalizado donde trabajan asiáticos, africanos, españoles e incluso alemanes a mucho-mucho-muchísimo menos que 400 euros mensuales.
Joseph Stiglitz cita a Gar Alperovitz y a Lew Daly, porque concluyeron en 2009 que “si una gran parte de lo que tenemos nos ha llegado como un regalo gratuito de muchas generaciones de aportaciones históricas, existe un profundo interrogante acerca de cuánto puede decirse que ha ‘ganado’ una persona, ahora o en el futuro”. Y los cita para concluir que “también el éxito de cualquier hombre de negocios depende no solo de esa tecnología ‘heredada’, sino del marco institucional (imperio de la ley), de la existencia de una población activa bien educada y de la disponibilidad de unas buenas infraestructuras (el transporte y las comunicaciones)”. Por decir algo y sin afán de ser exhaustivo, o por no citar a otros que ya hablaron de la explotación, la acumulación y otras menudencias para estos tiempos.
Por eso, todo eso, la filantropía, el altruismo, la caridad y la generosidad deben ser, simplemente, una obligación que se traduzca en impuestos proporcionales a lo acumulado, para que dejemos de hablar, por ejemplo, de proporcionalidad con lo robado. Y para que, a partir de ahí, si hace falta, discutamos. Pero no, por favor, de esa monserga del escaso reconocimiento que en este país se ofrece los empresarios. Es otra vaina.
Y dicho todo lo anterior a mi no me importa que Paulson, Gates y sus cuarenta ladrones y el propio Ortega vayan al cielo. Pero que Cáritas no sea la excusa. Bastaría con un Estado eficiente; o sea, en el que pagaran impuestos los que más deben; los primeros, los ladrones. Por malos.
El problema estriba en que, ahora mismo, en este mundo, ni siquiera la socialdemocracia (quería escribir Robin Hood) es posible.
