Hannah Arendt dejó algunas reflexiones imprescindibles para entender no solo su época sino buena parte de lo que ha venido después. He acudido a ella con frecuencia. A veces, de manera explícita; otras, interiorizando criterios que alumbran una cierta manera de pensar y de entender la sociedad. No solo la de entonces, también la de ahora.
Decimos por ejemplo que la sociedad contemporánea, o buena parte de ella, ha interiorizado el discurso totalitario. A la vista está. Porque el totalitarismo surge cuando la ciudadanía se convierte en una masa, cuando se produce la muerte del sujeto jurídico o la de la personalidad moral o la cancelación de la singularidad.
O si se prefiere, cuando se impone el lenguaje totalitario, caracterizado por el paso del discurso complejo al simplificado, del discurso racional al emotivo, del discurso organizado en géneros textuales al organizado en módulos, del discurso cultural al identitario.
En eso estamos. Cuando y donde la comunicación da paso a la propaganda. Cuando y donde no se trata ya de informar sino de provocar adhesiones.
Hannah Arendt lo vivió y entendió así. Pero las sociedades libres parecen optar por la negación de lo nos fue advertido.