
EL RIGOR Y LA INFELICIDAD
Reciente todavía el estreno entre nosotros de Sunset Song (2015), llega a las pantallas comerciales esta nueva obra del cineasta británico Terence Davies, que cuenta la historia íntima de la poeta estadounidense Emily Dickinson (1830-1886), bajo un título que sustituye innecesariamente al original, Una pasión callada (o tranquila, o discreta, como se prefiera), y que, además de repetir el de una producción argentina dirigida por Luis César Amadori en 1950, copia involuntariamente el subtítulo que Miguel de Unamuno pensó dar a su novela «Abel Sánchez», aunque finalmente lo cambió por «Una historia de pasión».
Terence Davies lleva en este caso su estilo característico al límite de la perfección formal: encuadres compuestos con esmero, movimientos de cámara discretos, a veces imperceptibles y nunca chocantes, ritmo pausado, al hilo de los numerosos poemas que leen a lo largo del metraje varias voces over, y en especial la de la protagonista, iluminación exquisita de los interiores –mucho más abundantes que los paisajes de Armhest, lugar de residencia en el estado de Massachusetts que casi nunca abandonó Emily Dickinson–, matizados por luces de velas, quinqués, chimeneas y otros artefactos del momento, así como por el sonido melodioso de los relojes de pared, ambientación cuidada hasta el último detalle…
Todo ello para contar una historia sencilla, basada en apuntes biográficos y en la que no se ahorran múltiples elementos de ficción, convenientemente dramatizados pero que no alteran la línea fundamental de la narración: la vida de la poeta, desde su juventud rebelde en un colegio ultraconservador hasta su muerte, aquejada de una dolorosísima enfermedad que ella procuró mantener en secreto durante el mayor tiempo posible. Recluida en la casa familiar, de la que iban desapareciendo progresivamente distintos personajes, unos porque se alejaban, otros porque fallecían, Emily Dickinson se refugió en el rigor de su escritura frente a un deseo de felicidad que pronto decidió que era inalcanzable, negándose a adoptar medidas que pudieran proporcionarle un acceso siquiera mínimo a esa aspiración de la mayoría de los seres humanos. Y la película nos presenta de manera implacable su transformación desde una jovencita inconformista a una mujer sorprendentemente intransigente desde el punto de vista moral, demasiado cercana al puritanismo dominante en su ambiente. Y que ni siquiera se esforzó en que sus poemas fueran conocidos por posibles destinatarios, ya que apenas publicó unas docenas, casi siempre en dura pugna con sus editores para defender la integridad de sus escritos, frente a los miles de ellos que creó a lo largo de su vida.
Absorto en esta historia escrita como guion por él mismo, Terence Davies corre el riesgo de traspasar, sin embargo, esas fronteras difusas que en la narración audiovisual separan lo sublime de lo irrelevante, por una utilización abusiva y demasiado ostentosa de los recursos característicos de su forma de hacer cine, agravada aquí por unos diálogos excesivamente discursivos –literarios, en el sentido peyorativo del término–, y por la consabida dificultad para armonizar la lectura de muchos poemas con el discurrir de las imágenes, que se hacen por ello morosas y casi vacías de sentido. No es posible olvidar a este respecto, por ejemplo, la forma que encontró Basilio Martín Patino de ilustrar el poema de Neruda «Madrid, 1936» en su película Caudillo (1974), con un montaje sincopado y veloz, pero lleno de intención, que arrastra al espectador visual y emocionalmente, al compás de los vibrantes versos nerudianos.
También Davies tiene aquí, sin duda alguna, momentos geniales, como el procedimiento utilizado para mostrarnos el envejecimiento de los personajes, pasando de la Emily casi adolescente a la mujer madura, y el de sus familiares: una sesión fotográfica propia de la época, con la gran cámara de placas y un decorado fijo ante el que van posando sucesivamente cada uno de ellos, mientras la cámara de cine se acerca con estudiada lentitud y una sabia manipulación digital transforma a los jóvenes en adultos y a estos en ancianos, aprovechando para sustituir a los actores que interpretaban a los primeros por los que, a partir de ese momento, protagonizarán la historia.
Sea como fuere, con sus grandes aciertos y sus exageraciones autocomplacientes, Historia de una pasión rescata y da a conocer en ámbitos amplios la figura de Emily Dickinson, considerada por el cineasta y por muchos otros como una de las grandes cumbres literarias de un siglo tan nutrido de ellas como el XIX. Aunque solo fuera por eso, merece la pena contemplar estas dos horas de exquisiteces visuales y sonoras.
FICHA TÉCNICA
Título original: «A Quiet Passion». Dirección y Guion: Terence Davies. Fotografía: Florian Hoffmeister, en color. Montaje: Pia Di Ciaula. Música: Ian Neil. Intérpretes: Cynthia Nixon (Emily Dickinson), Jennifer Ehle (Vinnie Dickinson), Duncan Duff (Austin Dickinson), Keith Carradine (Edward Dickinson), Jodhi May (Gilbert), Joanna Bacon (Emily Norcross), Catherine Bailey (Vryling Buffam), Annette Badland (tía Elisabeth). Producción: Hurricane Films y Potemkino (Reino Unido y Bélgica, 2016). Duración: 125 minutos.
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