¿Quién le pone la bandera al gato?

Durante mucho tiempo no nos ofendían quienes quemaban banderas, aunque nunca lo hicimos ni tuvimos intención de hacerlo. Ni con enseñas españolas ni de Islas Feroe, por poner un ejemplo; pero. en particular, con la española. Representaba algo que ofendía: una dictadura.

Cuando la bandera se quiso convertir en un símbolo integrador, tampoco sentimos un afecto especial. No podía servir como manto protector lo que antes había significado oprobio, por más que hubiera cambiado el escudo. Las banderas que llenaban nuestra memoria, nuestros sentimientos y nuestras ambiciones tenían que ver con la solidaridad y la justicia. No eran de tela o de papel.

Sin embargo, a medida que la bandera simbolizaba un espacio común, el afán incendiario contra la bandera empezó a significar, sin dramatismos, una falta de respeto. Lo mismo que su uso con aditamentos espurios cargados de intencionalidad o de motivaciones banales. Las afirmaciones relevantes no se pueden expresar con himnos o blasones. Peor aún, son peligrosos.

 

Enmanuel Macron ha planteado en Francia la necesidad de construir un relato nacional que aúne memoria e historia, logros y errores, épica y cotidianeidad. ¿Francia, precisamente la Galia, lo demanda? ¿Se trata de una revisión laica, crítica y solidaria? El presidente francés plantea que un Estado puede existir sin una narración de la experiencia común asumida colectivamente, pero que así no se puede construir una nación.

Eso ocurre en España. Hay Estado, pero no una narrativa nacional comúnmente asumida y valorada. Ese relato se ha construido, a lo sumo, y en todo caso de manera acrítica y partidista, sobre múltiples ficciones, en algunas nacionalidades o regiones. Ellas carecen de Estado propio, pero alientan una auténtica construcción nacional.

 

En un mundo en el que las emociones han reemplazado al raciocinio, las banderas se han apoderado de la vida colectiva. Los símbolos tienen más importancia que los argumentos. La mentira campa a sus anchas en un tiempo en el que se anteponen los sentimientos al análisis. Trump, el Brexit, Venezuela, Cataluña, España…

¿Se puede construir un relato común sin banderas? Solo así resultaría posible. Sin embargo, luchar contra las banderas y aún más guerrear entre banderas solo conduce a la devastación social y al fracaso moral. Me temo.

¿Quién le pone la razón al gato?

¿Y la bandera?

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