Caín contra Caín

Todas las plataformas se disputan ya los derechos de la nueva serie presentada esta mañana con las declaraciones cruzadas y sucesivas de Almeida, Ayuso y García Egea, con Casado entre bambalinas, aunque a tiro de todos los objetivos. A partir de ahora, nadie –no importa si como protagonista o espectador– podrá alejarse de la pantalla donde se garantiza una disputa a sangre y fuego adornada con abundantes flash back para desmenuzar tanto encono.

Puede parecer un vodevil, pero no lo es. En ese género los conflictos no se resuelven a cuchilladas ni con tan mala baba. El culebrón es un escándalo. Si las más sesudas mentes llevaban cuatro días metidos en el jeroglífico castellano–leonés, de consecuencias imprevisibles aunque siempre graves, el entramado ha saltado por los aires. Se ha quedado en un segundo plano, pese a la gravedad de lo que está en juego. Los efectos del nuevo argumento se antojan ahora mismo imprevisibles, aunque en cualquier caso funestos para una sociedad sobresaltada y ahora sobreexcitada. Aquí no hay quien viva.

En esta serie no caben buenos y malos. Demasiado simple o convencional. Solo Caín contra Caín. Sin Abel. Tampoco hay Paraíso Popular. Hiede a estercolero.

¿Cómo una sociedad puede confiar en protagonistas tan zafios?

¿Qué hacer, después del espectáculo?

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