La razón y los sentimientos

«Magia a la luz de la luna». Woody Allen, 2014

A sus casi ochenta años, Woody Allen sigue fiel a la costumbre de presentar un título nuevo cada temporada. Después de la excelente Blue Jasmine (2013), que debía haber interesado más entre nosotros, sufridores de tantas Jasmine aparentemente ignorantes de las fechorías de sus maridos, ya sean de sangre blue, black o de simple tesorero, llega esta nueva película de época, ambientada en la Costa Azul durante los años veinte del siglo pasado. En ella, Stanley Crawford es un mago británico muy conocido, tanto por los espectáculos que realiza caracterizado de chino Wei Ling Soo como por su habilidad para desenmascarar espiritistas y otros negociantes con las cosas de ultratumba.

Se trata de un personaje arrogante, poseído de sí mismo, despectivo con los demás, racionalista a ultranza y dispuesto a dejar en evidencia a quien manifieste la menor creencia en el más allá, bajo cualquiera de sus formas. Su amigo de la infancia y antiguo competidor Howard Burkan lo reclama para que trate de descalificar a una supuesta médium estadounidense, la joven Sophie, que ha embaucado a una familia de ricos ociosos y pretende casarse con el joven Brice, un papanatas pegado a un ukelele con el que le ofrece chirriantes serenatas, mientras la madre de la espiritista planea organizar una fundación que servirá para hacerse con la fortuna de sus ingenuas víctimas.

Cuando se produce el encuentro, en una espléndida mansión junto al mar, empieza a intuirse que Stanley, que tiene en su país una novia con la que se lleva razonablemente bien, no sólo encontrará dificultades para desarmar a Sophie, sino que corre serio peligro de caer en sus brazos, por su espontaneidad, frescura y encanto, ajenos a cuanto el maduro ilusionista está acostumbrado a frecuentar en su ambiente.

Hasta aquí lo que debe contarse del chispeante argumento de Magia a la luz de la luna. Porque, aunque haya quienes insisten en afirmar, a modo de reproche, que Allen se repite en sus últimas películas y las despacha con la superficialidad de un simple divertimento desplegado para seguir sintiéndose joven, la verdad es que esta nueva entrega tiene mucha enjundia bajo su aspecto ligero. Y no sólo por su espléndida fotografía –obra de su colaborador habitual en estos últimos tiempos, Darius Khondji–, por la notable ambientación y el minucioso vestuario, seleccionado por la española Sonia Grande, o por la inteligencia de unos diálogos rápidos, cortantes y llenos de referencias culturales que, lejos de resultar presuntuosas, abren los juegos de palabras a todo tipo de significaciones. Sino porque, frente a lo que se ha asegurado también contra toda evidencia, lo que Allen contrapone en esta película no es la razón frente a cualquier tipo de fe en algo sobrenatural. Eso está fuera de discusión para el cineasta de Brooklyn, agnóstico convencido aunque temeroso ante el hecho de la enfermedad y de la muerte, como casi todo el mundo.

Lo que sostiene su película es que la confianza en la lógica y la experiencia no hace que quien la profesa esté a salvo de la irrupción de emociones inesperadas, incluso difíciles de explicar. Que es algo muy distinto y muy valioso, porque se sitúa en el corazón mismo de muchas reflexiones actuales e intemporales sobre el sentido de la vida, nada menos.

Con Colin Firth esforzándose por encarnar a un Woody Allen más joven, en su papel de Stanley, y Emma Stone no muy agraciada físicamente pero que haciendo de Sophie recuerda a la Mia Farrow de otros tiempos, el cineasta recurre otra vez a su afición por el ilusionismo, a las bromas sobre el psicoanálisis y a su pasión por la música clásica y de jazz para urdir una trama entretenida, a ratos divertida, siempre irónica, que parece hablar de épocas pasadas pero se refiere a algo de ahora mismo: el eterno conflicto entre la razón y los sentimientos.

 

FICHA TÉCNICA

Título original: «Magic in the Moonlight». Dirección y Guion: Woody Allen. Fotografía: Darius Khondji, en color. Montaje: Alisa Lepselter. Intérpretes: Colin Firth (Stanley), Emma Stone (Sophie), Marcia Gay Harden (señora Baker), Jacki Weaver (Grace), Eileen Atkins (tía Vanessa), Simon McBurney (Howard), Hamish Linklater (Brice), Jeremy Shamos (George). Producción: Gravier Productions, Dippermouth y Perdido Productions (Estados Unidos, 2014). Duración: 97 minutos.

Artículo anteriorLa Factoría del Gran Pacto, a lo suyo
Artículo siguienteLa tele pública no es de todos