Elogio del asesino en serie

«El francotirador». Clint Eastwood, 2014

Que sí. Que Clint Eastwood es un narrador solvente. Que sí. Que sabe manejar con habilidad las emociones en torno a los temas que le interesan, y ahí están para demostrarlo, entre sus 35 largometrajes, títulos señeros como Sin perdón (1992) o Million Dollar Baby (2004). Pero no es menos cierto que se trata de un tipo profundamente conservador, por no decir reaccionario o algo más contundente todavía, que no tiene reparos en exhibir su combativa ideología en las películas que dirige. Y está uno harto de oír eso de que no importa si una determinada obra es de un signo u otro, porque lo importante es que sea buena desde el punto de vista artístico. Ignoro si esa afirmación puede ser cierta referida al arte abstracto o a la música, por ejemplo, pero cuando se trata de formas de expresión figurativas, que reproducen cosas reconocibles, que remiten, lo quieran o no, a circunstancias relacionadas con la vida real de quienes las contemplan, y que tienen la capacidad de persuasión –que no de convicción– característica del audiovisual, es tergiversadora, por no decir tramposa: ¿Puede considerarse una obra importante, por muy formalmente perfecta que sea, aquella cuyo efecto principal consiste en manipular las emociones de sus destinatarios para que se adhieran a una versión perversa de la vida y de la convivencia? Yo, al menos, creo que no.

Era inevitable una reflexión de este tipo ante la nueva película-misil que el cineasta de San Francisco nos lanza a sus casi 85 años de edad, con un título original tan transparente como El francotirador americano, por aquello de que los yanquis siguen creyendo, y haciendo creer, que toda América es suya, por derecho de conquista, militar o financiera, y que la distribuidora en España ha limitado pudorosamente a El francotirador, a secas.

Basándose en la autobiografía del personaje real que protagoniza el relato, Chris Kyle –escrita con ayuda de dos colaboradores, porque las letras no debían de ser el fuerte de aquel matarife a sueldo, muerto a su vez a tiros por un antiguo compañero de armas, seguramente tan trastornado como él, en un incidente nunca aclarado del todo y al que el filme alude muy de pasada y de forma vergonzante–, Eastwood orquesta toda una elegía, tanto más obscena cuanto más desprovista de matices, del tipo que alardeaba de haber matado a más de 160 o 200 enemigos, incluidos civiles, mujeres y niños, a veces simplemente sospechosos de peligrosidad y otras ni siquiera eso.

El planteamiento y su desarrollo son tan simplistas, tan desprovistos de cualquier atisbo de reflexión o crítica, que la cosa no merecería más comentario –sobre todo tras el fracaso de aquellos penosos juguetes rotos que se llamaron los Jersey Boys (2014)–, si no fuera por la repercusión que cada entrega del anciano y tozudo cineasta obtiene en el mercado internacional. El famoso Chris Kyle, producto de la educación imbuida desde la religión más ultramontana y por un padre brutal que clasifica a las personas en lobos, ovejas y perros pastores, encomendando a estos últimos la defensa de los valores patrios, es un pobre diablo convencido de que matando a discreción contribuye a algo digno, cuando en realidad no es sino un asesino en serie, solo que cuando ese oficio se ejerce envuelto en alguna bandera patriótica es considerado heroico y digno de admiración. Ni siquiera tiene la coartada de la manida obediencia debida, porque se alista voluntaria y reiteradamente con el fin de dar su merecido a los malos. Para concederle un atisbo de humanidad, aparece casado con una chica ingenua, que sufrirá horriblemente a causa de los cuatros mortíferos despliegues de tropas en Irak, a los que su marido acude con entusiasmo, pero que al final comprenderá al héroe y dará por buenos sus sacrificios, como era de esperar. Y entre carnicería y carnicería –sin el menor indicio de pregunta sobre qué hacían las tropas estadounidenses en aquellas tierras, aparte de enriquecer a los civiles y militares que las mandaban, o sobre el posible origen de la catástrofe de las Torres Gemelas, relacionada sin duda con los oscuros manejos anteriores de la patria en Afganistán, por ejemplo–, el realizador nos devuelve, con notable desgana y proverbial torpeza narrativa en algunos momentos, a los peores tiempos en que algunos westerns que él adoraba trataban de persuadirnos de que los indios, por el mero hecho de serlo, eran perversos y merecedores del exterminio puro y simple. Para el fascismo no pasa el tiempo.

 

 

 

FICHA TÉCNICA

Título original: «American Sniper». Dirección: Clint Eastwood. Guion: Jason Hall, sobre el libro de Chris Kyle, Scott McEwen y James Defelice. Fotografía: Tom Stern, en color. Montaje: Joel Cox y Gary Roach. Intérpretes: Bradley Cooper (Chris Kyle), Kyle Gallner (Goat-Winston), Ben Reed (Wayne Kyle), Elise Robertson (Debbie Kyle), Cole Konis (Chris Kyle joven), Sienna Miller (Taya), Brandon Salgado (Mully), Keir O’Donnell (Jeff Kyle). Producción: Village Roadshow Pictures, Mad Chance Productions, Malpaso Productions (Estados Unidos, 2014). Duración: 132 minutos.

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