El pan de la dignidad herida

Los atentados de París nos absorben. Todo lo demás se difumina.

En la panadería a la acudo casi a diario trabajan, sobre todo, inmigrantes magrebíes. Desde ayer luce un cartel enorme en el escaparate:  la torre Eiffel convertida en símbolo pacifista. Esta mañana he encontrado una nueva pieza de pan. La masa, explica la dependienta, es la misma que la del “sevillano”, pero, por su forma, se trata de un homenaje a las víctimas del 13N.

La mujer lo dice orgullosa, pregonando el sentimiento solidario de su compañero, un panadero joven, cetrino y barbudo, casi siempre escondido entre las amasadoras y el horno.

Tras los muertos y heridos, y quizás inmediatamente después de los familiares, ellos (los árabes y, sobre todo, los mahometanos) son las principales víctimas del terrorismo islamista: ellos suman casi el 90 por ciento de los muertos que nutren los cementerios provocados por el ISIS; ellos serán los primeros damnificados de las restricciones legales que se avecinan y los primeros sospechosos en las comisarías, en las escaleras de sus viviendas o en las colas del supermercado por algo que sufren y detestan.

De vuelta a casa, con el pan bajo el brazo, me siento en el parque para atender algunas reflexiones que obligan a detener la marcha. Los firmantes me merecen mucho respeto: Baltasar Garzón y a Lourdes Delgado (Viernes 13, terror en París), por razones profesionales y personales; Ian McEwan (Orgullo parisiense en tiempos oscuros), porque siempre le leo con interés; Bernard-Henry Levy (La guerra, manual de instrucciones), porque discutir con él obliga a elevar el nivel de los argumentos propios.

¿Cómo aceptaría el panadero cada uno de estos puntos de vista? Quizás pueda compartir los de Garzón y MacEwan. Pese a la defensa explícita de la religión musulmana y, en especial, de los refugiados, tal vez Levy le provoque desasosiego.

A estas personas que vemos a diario, como los empleados de esta cadena panadera (árabes, mahometanos), les pedimos en estos días que salgan a la calle a gritar su inocencia y denunciar a los criminales. Con un paternalismo casi insultante les decimos que eso, quizás, les convenga.

¿Obligados a proclamarse inocentes? ¿Acaso no es esa una condición consustancial del ciudadano? ¿Por qué ellos deben conquistarla?

Sin embargo, leídos los artículos que me interesaban, deduje que, por encima del símbolo parisino de la no violencia, me gustaba el lazo de pan sevillano. La respuesta del panadero a los atentados surgió de su cabeza, de su corazón y de sus manos.

 

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