
11 de diciembre. Atentado talibán en Kabul. Al lado de la embajada española.
El presidente del Gobierno, en un arrebato impropio de su caricatura indolente, corre a decir que el ataque no tenía a España por objetivo. El ministro de Exteriores, otro pánfilo insípido, le secunda. El presidente reconoce que ha resultado herido un policía nacional, pero no parece de gravedad. En definitiva, todo está bajo control.
Al día siguiente los mismos personajes reconocen que los policías son dos﷽﷽﷽s sos poldad y todo estn a la poblacires, otro prre a decir que el ataque no ten la nueva pola electoral, pese a la atnacionales fallecidos son dos, que otras ocho personas (cuatro terroristas) también murieron, el ataque se prolongó durante once horas, que más de cuarenta personas permanecieron secuestradas bajo las armas de los asaltantes y que el objetivo de la masacre era… España.
Un buen periodista, Íñigo Sáenz de Ugarte, anticipó lo ocurrido desde el primer momento.
¿Qué le pasó al Gobierno? Once años después del 11M, otra vez en vísperas de unas elecciones generales, de nuevo el pánico, el síndrome de aquella fecha inolvidable. Otra vez Afganistán, otra vez el terrorismo con turbante fundamentalista, quizás pensaran en responsabilizar a ETA, no cuadraba, lo evitaron alejando la intencionalidad hacia otros objetivos, rebajaron la importancia… para al día siguiente desdecirse de todo lo dicho.
Lo aseguran ellos: España en serio.
(Para redactar esta reflexión no hubo que esperar dos días. Dos horas después de la primera noticia ya estaba redactada. Luego llegaron algunos detalles).
