¿De qué hablan los que se dicen Charlie?

¿Hay algún periódico en España dispuesto a asumir una viñeta, sarcástica, humorística, que responsabilice a las víctimas de ETA de la pervivencia de la banda terrorista, por haber antepuesto la venganza a la justicia con la complicidad de un gobierno que solo buscaba réditos electorales? ¿Hay algún periódico en Israel dispuesto a homologar en una viñeta, sarcástica, humorística, al nazismo o el holocausto con la persecución y matanza indiscriminada de palestinos? ¿Hay algún periódico en Palestina dispuesto a asumir una viñeta, sarcástica, humorística, que denuncie que a sus dirigentes les interesa la muerte de sus compatriotas para consolidarlos en el poder? ¿Hay algún periódico en la Europa católica dispuesto dispuesto a asumir una viñeta, sarcástica, humorística que responsabilice a la iglesia de la violencia de género? ¿Hay alguno en ese mismo espacio que esté dispuesto a afirmar que la violencia de género es responsabilidad de las propias mujeres, por todo lo que aguantan y lo poco que denuncian?

Entonces…

Las viñetas de Charlie Hebdo no me gustan: demasiado trazo grueso, escaso aliento poético, un humor tabernario muy en consonancia con lo que esta sociedad ha validado e instaurado. Desde que un pequeño grupo de yihadistas asesinó a buena parte de la redacción de la revista y otro colega acabó con varios rehenes en un supermercado judío, no he podido sustraerme a la necesidad de entender lo ocurrido para así debatir cómo se debe actuar. Y no he conseguido entender, más allá de la solidaridad con los muertos, ese Je suis Charlie, que, personalmente, en ningún caso suscribiría. Je suis otra cosa y ni siquiera estoy convencido de que Charlie haya sido una aportación interesante a la libertad de expresión, salvo por su resistencia, porque otros quisieron cercenarla, pero no por sus propuestas.
Las defensas corporativas o numantinas casi nunca encierran dosis abundantes de inteligencia. Por eso, cuando esta mañana, he leído varios artículos de Babelia dedicados a la sátira en la literatura, he respirado más tranquilo. No todos somos Voltaire, pero hay gente que piensa, discierne y matiza sin abdicar de valores incuestionables y que, cuando esas reflexiones deben concretarse en la práctica, lo hacen con cierta sutileza o con la finezza que propugnaba un tipo tan poco recomendable, aunque valedor de principios solemnes, como Giulio Andreotti.

Dicho en lenguaje coloquial, Manuel Rivas lo explica así: “No es lo mismo tomar trincheras en el café que tomar café en las trincheras”. Pero esta sociedad de trazo grueso, como la que Charlie Hebdo ha retratado con indudable sagacidad, es la misma que anoche pude ver durante algunos minutos (quizás como consecuencia de la postración a que me han llevado la fiebre y una gripe demoledora) en Sálvame Deluxe.

Cuando el asedio a la privacidad se convierte en un derecho, cuando el respeto al otro se transforma en fruslería, cuando las disputas más íntimas se justifican por el supremo valor del espectáculo, cuando la verdad no es otra cosas que gritos y descalificaciones, la libertad de información y el derecho de opinión carecen de interés. La  muerte de la sociedad de las libertades agoniza.

Y vuelvo al principio. ¿Alguien piensa que es falso de toda falsedad que las víctimas de ETA, alentadas por quienes quisieron aprovecharse de ellas, han sido una rémora en la lucha antiterrorista? ¿Alguien puede obviar las concomitancia entre el holocausto nazi y la persecución israelí sobre los árabes, alentados por unos políticos que encontraron en la confrontación el modo para seguir en el puesto y reclamar su prestigio? ¿Alguien puede impedir que muchos europeos hoy podamos pensar que Alemania ha vuelto a imponer su Reich al modo del siglo XXI, a través de la economía? ¿Alguien…?

Se puede seguir con los ejemplos. Ya sé que parciales, pero, con humor o sin humor, bastaría hollar esas sendas para acabar en la cárcel en aras de la libertad. Conozco a personas condenadas por mucho menos.

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