Rajoy no es Sócrates

Rajoy se movió un rato, efectivamente. Y lo hizo más por táctica que por estrategia; para despistar, no para cambiar.

Iniciado el nuevo e innecesario periodo de consultas por parte del Rey a los partidos políticos –exactamente un mes después de las elecciones– todo es incierto.

El objetivo del acuerdo y la negociación se vuelve a situar cerca de la quimera. Y en ésas el PP vuelve a avisar de que rehusará el encargo de formar Gobierno, si no tiene asegurado con anterioridad un respaldo suficiente para superar la investidura.

No están dispuestos, explican, a caer en el ridículo. Eso se entiende de sus explicaciones. Pero, ¿por qué equiparar ridículo y fracaso?, ¿por qué despreciar el intento y el esfuerzo en pro de un objetivo al margen incluso de su resultado?, ¿por qué calificarlos despectivamente como un teatrillo o, si se apura, como una pachanga?

Sólo cabe una explicación: porque se desprecia el intento y el esfuerzo; es decir, porque no existe un objetivo noble capaz de hacer digna la derrota. Y por tanto, de merecer la victoria.

¿Y los demás actores o artistas? Se ratifican en sus abstenciones y en sus noes, por razones técnicas o de calado, con certezas solemnes o meramente de salón; en cualquier caso, se quiera o no, razonables.

Rajoy en ValladolidSin embargo, algo se ha puesto sobre la mesa: tras la imputación del PP por aplicar el martillazo a los ordenadores que guardaban sus impudicias, Ciudadanos debate su negativa al PP mientras mantenga a Rajoy como candidato a la presidencia. La formación naranja se comprometió a ello en campaña y, aunque escondió después de las elecciones la obligación anunciada, ha vuelto a mentar el requisito: con Rajoy no hay cambio y sin cambio no hay reforma; sin cambio y reforma, el partido de Albert Rivera carece de futuro.

El conflicto, ahora sí, cobra intensidad dramática. El denostado teatrillo alcanza el clímax trágico: alguien debe morir para salvar al pueblo; o, al menos, para salir de esta crisis.

En esa tesitura, el PSOE no puede pedir menos que Ciudadanos. Por oportunidad, por derecho e incluso por decencia. Los nacionalistas tampoco pueden diluir el conflicto por debajo de la tensión marcada por Ciudadanos.

imagesMariano Rajoy se ha negado al harakiri ideológico, a dar marcha atrás sobre los pasos marcados entre 2011 y 2015, aunque fuera imprescindible una representación verosímil de ese gesto, para recabar apoyos de cara a la investidura; no ha movido un dedo, más allá de cincuenta folios de redundancias o vaguedades. Y ahora se ve abocado a asumir el destino de quienes, con mayor o menor legitimidad –eso no importa–, le juzgan: debe ingerir la cicuta que le han puesto sobre la mesa.

¡Ojo! Rajoy no es Sócrates. De dignidad no entiende.

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