
Hay quienes creen que cuanto peor funciona algo más posibilidades hay para cambiarlo. Aquel dicho –cuanto peor, mejor– que inspiró a tantos presuntos revolucionarios parece cierto si con él nos referimos a un electrodoméstico. Cuando la lavadora renquea, su sustitución está más próxima. También sirve para otra clase de aparatos, artilugios o dispositivos mecánicos o electrónicos. Es decir, la sentencia tiene aplicación cuando se trata de algo externo a uno mismo, algo ajeno a la propia persona o al conjunto de personas que integran la sociedad.
En estos otros casos, en la salud o la enfermedad, en la política, la economía, la cultura…, por mucho que la reflexión trate de convertirse en norma de actuación, la analogía no funciona; la experiencia reduce la expresión a un ejercicio de voluntarismo aparentemente euforizante pero, a la larga, de efectos depresivos. En esos ámbitos, en los que con frecuencia aparecen profetas que abogan por la crisis en aras de la catarsis, la única verdad es tautológica: cuanto peor, peor.
Llevamos una vida comprobándolo.
