De cobardes y valientes

La reflexión de Ana Iris Simón en De cobardes y temerarios me sorprendió, pero no menos que las desmesuradas reacciones en contra de su artículo en El País, convertido en santo y seña de una corriente minoritaria respecto a la invasión de Ucrania y la respuesta internacional mayoritaria. Son los tiempos que corren.

De Ana Iris Simón me interesa, sobre todo, su mirada horizontal, la que dirige al entorno del que procede, que esa otra, contrapicada, con la que irrumpe en sus reflexiones sobre asuntos de la órbita política. Su voz más íntima y emocional, que glosé trás leer su Feria, no se corresponde con esa otra que simula un cierto afán tertuliano.

Tal vez por eso me sentí impelido a discrepar del punto de partida de su Cobardes y temerarios, desde el momento en que establece las categorías que abonan su conclusión geoestratégica. Dice la autora de Fiesta que el mundo no se divide exclusivamente entre cobardes y valientes, sino entre cobardes, valientes y temerarios. Esa catalogación determina su conclusión; se trata simplemente de un sofisma, porque el marco previo funciona como avalista de la conclusión final.

El desenlace de Ana Iris Simón es legítimo, pese a su argumentación. La catalogación de las actitudes en conflicto carece de fundamento. En la disyuntiva entre cobardes y valientes tiendo a ponerme del lado de los primeros. Me inquieta la temeridad a la que, se supone, son proclives los valientes, si no se trata de su verdadera naturaleza.

La sociedad parece haber establecido que la bondad, la generosidad y el progreso son cosa de valientes. Frente a ese criterio dominante, resulta perfectamente legítimo reivindicar la prudencia de los cobardes. Ese marco rompe con el que propone Ana Iris Simón.

La antítesis de la temeridad no es la cobardía, que, al igual que la valentía, requiere dosis de racionalidad. Por eso cabría proponer otra escala más compleja y veraz: pusilánimes–cobardes–prudentes–valientes–temerarios. En las situaciones más difíciles, tal vez resulte peligroso teñirse de extremistas. Los cobardes serán tanto más despreciables cuanto más pusilánimes; y los valientes, cuanto más temerarios. La prudencia marca el fiel de los comportamientos, pero entre humanos, ya se sabe, no hay nada perfecto, porque lo que abunda de verdad es la imperfección.

La prudencia se reparte entre la cobardía y la valentía. Y por eso no se trata del fiel de la balanza sino del elemento capaz de validar los comportamientos públicos. A partir de ella la valentía y la cobardía dejan de ser antitéticas.

Y eso nos sirve tanto para analizar la realidad como para situarnos frente a ella.

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