
La metáfora de los Reyes Magos: los padres engañan, la televisión engaña y hasta la sociedad en su conjunto engaña. ¿En aras de la ilusión? Una ilusión que no solo no es ajena a la desigualdad y a la frustración sino que ella misma las resalta, por más que tratemos de que parezca lo contrario, como si la mezquindad pudiera diluirse en buenas intenciones.
La imaginación, los sueños, los cuentos pertenecen a otro ámbito, distinto a las maquinaciones repletas de intereses bien concretos. Los reyes del relato mítico, los que acudieron a rendir tributo a un niño recién nacido, pudieron ser una metáfora de la dignidad del ser humano, hasta que crecieron los regalos y las cabalgatas.
A partir de ahí esta fiesta tiene algo que me incendia. Empieza por los telediarios que se empeñan en tratar una representación como una auténtica epifanía y en convertir la información en una pura mentira. ¿Qué confianza le puede merecer los noticiarios a un ciudadano que los vea por primera vez en vísperas del 6 de enero?
¿Se puede mantener la tradición, si así se quiere, sin parecer imbéciles? ¿No se trata de parecerlo sino de serlo? ¿Acaso la imbecilidad es el gen que nos induce a preservar determinadas tradiciones? Podemos reconocerlo, aunque nos duela haber participado e incluso reincidido en el dislate; a fin de cuentas, este es estúpido, mas no de los más graves.
Tampoco los reyes más cercanos, o el rey otrora tan respetado, ayudan a otros respetos ajenos a la redundancia imbécil. Alguno aprovecha su festividad –las vísperas, al menos– para recrearse en Beverly Hills, que es algo bien distinto del portal del cuento. ¿Tiene esto que ver con la imbecilidad de algunas tradiciones e incluso de algunos sujetos, sean ellos o nosotros, suyos o nuestros? “El rey Juan Carlos inició el 201 5 a todo trapo en Beverly Hills”. Es lo suyo.
