El hombre que no conocía a DiStéfano

Ha muerto Jorge Semprún. Un hombre digno: su trayectoria personal ofrece rasgos inequívocos que ha contado, ha  escrito, ha proyectado y hemos aprendido. Un hombre público después de ser exiliado, condenado y clandestino: escritor, guionista, político, con momentos brillantes, siempre inteligente. Un personaje culto, elegante, distinguido con el encanto indiscreto de la cuna burguesa. Tras Buchenwald, luego París, pasó por Madrid como Federico Sánchez. No pertenece a mis imprescindibles, pero sí a los necesarios para entender muchas contradicciones de lo vivido.

Una mañana, hablando con él y otros amigos, contó una anécdota que he repetido. Durante sus viajes a Madrid como representante de la dirección del Partido Comunista en el exilio, entre citas clandestinas y esperas vigilantes, a veces acudía al Café Gijón, donde podía escuchar conversaciones que le ofrecían datos útiles sobre la realidad española del franquismo. En una de aquellas ocasiones comprobó que la clientela entre sorbos de café y algún carajillo mostraba una excitación festiva. Debía ser a mitad de semana, tras un partido de Copa de Europa disputado, Castellana arriba, en el Santiago Bernabéu. El Real Madrid había conseguido un triunfo rutilante y los que habían sido espectadores del acontecimiento glosaban enardecidos el juego colectivo y, sobre todo, el del jugador estandarte de aquel equipo imperial.

Acodado en la barra, Jorge Semprún se giró hacia el camarero, reclamó su atención  y preguntó, en un susurro cargado de discreción, quién era el tal DiStéfano.

– ¡¿Qué no conoce a DiStéfano?!

El grito del empleado conmovió al Café Gijón que se giró al completo para reconocer al ignorante. De espaldas a los sabios, el desconocido Semprún pagó la cuenta y emprendió un mutis comedido dispuesto a resolver quién era DiStéfano; desconociéndolo, su actividad clandestina corría serio peligro.

Lo resolvió días más tarde en un partido de Liga, acompañado por alguno de sus habituales: García Hortelano, Ángel González y otros. Consiguieron asiento en una fila próxima al césped, por el que, a poco de acomodarse los ilustres espectadores, caminaba, prepotente, un personaje que, sin ser DiStéfano, fue reconocide de inmediato.

– ¡Coño, Federico, ése es Conesa!

A Ángel González le sorprendió un escalofrío, se alzó sobre el cemento y sugirió a los suyos:

– Vámonos.

Jorge Semprún, con la autoridad del comisario político compensó el pánico al otro comisario y conminó al funcionario asturiano, seguidor del Oviedo y a ratos magnífico poeta, a sentarse.

– Como nos vayamos ahora, nos detienen a todos antes de llegar a la séptima fila.

Lo dijo y los detuvo, preocupados e inquietos, sobre el asiento. Así permanecieron, amarrados a su localidad, durante todo el partido. De ese modo Federico Sánchez pudo conocer a DiStéfano.

 

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