
Hubo un tiempo en que la vara para medir la ideología de los partidos políticos e incluso de los usos y propuestas de la política se basaba en la dicotomía izquierda-derecha. Algunos han preconizado un nuevo sistema métrico: viejo-nuevo.
La fórmula anterior podía ser definida en torno a algunos ejes antagónicos (público- privado, individuo- colectividad, empresa-trabajadores, religión-laicidad, competitividad-igualdad, nacionalismo-internacionalismo, etc.) articulados de manera más o menos radical; los matices constituían el arco de la oferta política.
La fórmula propuesta más recientemente carece de ejes nítidos, porque se basa en una serie de criterios difusos que cada interesado interpreta a su modo, lo que el arco de la oferta política está desprovisto de gradaciones o matices.
Vieja puede ser la articulación de los partidos tradicionales basada en estructuras elaboradas para la lucha por el poder, con liderazgos fuertes como contrapeso de las ambiciones individuales, en las que se penaliza la discrepancia interna aniquilando el debate ideológico. ¿Qué es lo nuevo, más allá de la apariencia de unas estructuras menos rígidas, aunque igualmente sometidas al liderazgo todopoderoso e incluso a un aparato dominante?
Vieja puede ser la utilización de la comunicación como instrumento para conseguir el asentimiento emocional de la ciudadanía en detrimento del debate público y de la intervención crítica de los movimientos sociales contra las decisiones unilaterales del poder. ¿Qué es lo nuevo, más allá del manejo de las opciones que ofrecen los actuales medios de comunicación y las redes sociales como sucedáneo del debate y de la movilización social?
Vieja puede ser (y este es el último elemento identificativo, tras lo ocurrido en el cara a cara Sánchez-Rajoy, del que fueron excluidos los nuevos) la agresividad verbal que suprime la confrontación de argumentos. ¿Qué es lo nuevo, más allá de la descalificación indiscriminada de la casta corrupta o de la generación del régimen de la Transición y hasta la condescendencia con la agresión física al adversario cuando el condenado forma parte de una candidatura recién horneada?
Lo viejo y lo nuevo se reducen así a percepciones que cada uno esgrime por su propia decisión, sin necesidad de relacionar con criterios y valores mensurables, pero con las que se repudia a unos y prestigia a otros. ¿Consecuencias de esta sociedad desideologizada y posmoderna?
En definitiva, cuando desde los nuevos partidos o desde algunos medios de comunicación se traza la frontera entre lo nuevo y lo viejo como paradigma de lo bueno y lo malo, sin establecer unos ejes nítidos y evaluables, ¿se pretende tan solo desvanecer la dicotomía ética y política entre derecha e izquierda? Tal vez no, pero eso parece.
Basta con acudir a los fiascos a que han conducido algunos movimientos que se consideraron nuevos para reforzar la duda.
Para añadir nuevos elementos a la melancolía se puede dilucidar sobre Qué nos hace ser de izquierdas o derechas. Lo explica Ignacio Morgado Bernal, en El País.
