
Los españoles votaron. He aquí algunas ocurrencias a posteriori:
La izquierda tiene la fuerza de los votos y los escaños para gobernar, pero se deshilacha por la vía del independentismo catalán.
Según los medios progresistas, el PSOE hoy es de izquierdas y por eso hablan de las posibilidades de un gobierno zurdo; ayer pertenecía a la confusión.
La confusión es el estado en que nos han dejado los resultados electorales. La confusión es la consecuencia del lío. O viceversa.
La confusión volverá a ser el territorio del PSOE a poco que el PP y sus propios barones entren en liza para sugerir compromisos o acuerdos. Podemos solo tiene que esperar, al estilo Rajoy, cómo pasa ante su puerta el cadáver del “enemigo”; pero puede que a los morados esa espera se les antoje excesiva (y a muchos ciudadanos, también).
La ambición de Susana Díaz que reivindicará el granero socialista, las presiones de los poderes financieros y económicos más algunos jarrones chinos, el desalojo del hombre que pudo alentar alguna expectativa (Eduardo Madina) y el desamparo del líder Sánchez, vapuleado en su propia casa, no ayudarán a sobreponerse a un desaguisado electoral, al que se aferrarán porque, pese a todo, les permite tocar poder y un sueldo.
Con el lío al que las elecciones nos han abocado, las celebraciones entusiásticas resultaron excesivas. Por ejemplo, la de Ada Colau. Otras, las del PP o Ciudadanos, paradójicas: puramente nacionalistas.
Lo dejaba escrito en el Tremendic Topic, de Público, un tipo ingenioso: “Ojo, que la fiesta de la democracia deja resacas de cuatro años”.
Esta, tal vez, menos.
