
«Locke». Steven Knight, 2013
Solo en su automóvil, Ivan Locke decide dirigirse a Londres, tratando de llegar a tiempo para asistir al parto de una mujer prácticamente desconocida a la que dejó embarazada en una relación de una sola noche… A primera vista, lo hace por sentido moral, por asumir las consecuencias de un acto irresponsable, pero poco después sabremos que su padre también lo abandonó y que sus relaciones esporádicas fueron muy tensas. Para cumplir ese deber, Ivan ha abandonado precipitadamente la importante construcción de la que está encargado y cuyos cimientos de hormigón van a colocarse a primera hora de la mañana, en una operación de alto riesgo. Aunque trata de instruir telefónicamente a un ayudante para que supervise la tarea, su espantada puede costarle el puesto de trabajo, después de muchos años de desempeñarlo a la perfección. Además, sus dos hijos y su esposa lo esperaban en casa para ver juntos un partido por televisión, y, después de varias conversaciones entrecortadas, tendrá que explicarle a ésta la situación en que se encuentra y atenerse a lo que ella decida, poniendo en peligro una confortable situación familiar.
Todo esto se desarrolla desde el interior del coche de Ivan, en un lapso de tiempo prácticamente equivalente al del viaje y sin más ayuda que la del teléfono instalado en el vehículo. Así de fuerte es la apuesta que realiza el director británico Steven Knight en su segundo largometraje, tras debutar en 2012 con Redención (Hummingbird) y después de una larga carrera como guionista de cine –suyos fueron los guiones de Negocios ocultos (Dirty Pretty Things, 2002), de Stephen Frears, o Promesas del Este (Eastern Promises, 2007), de David Cronenberg, entre otros– y sobre todo de televisión. Esa larga experiencia se deja ver en la sólida estructura del esquema que sirve de base a tan arriesgado experimento y donde solo chirrían un tanto los monólogos del protagonista dirigiéndose a su padre mientras se mira a sí mismo en el espejo retrovisor, si bien es cierto que añaden una sugerente dimensión psicoanalítica a la peripecia.
Aunque hay en la historia del cine varios precedentes de este tipo, es inevitable referirse ante todo a Enterrado (Buried, 2010), el filme de Rodrigo Cortés cuyo único personaje permanecía recluido en una caja, a unos metros bajo tierra, como consecuencia de una de las inútiles y sangrientas aventuras bélicas de los Estados Unidos en Oriente. La comparación permite constatar que mientras en aquélla la desnudez de elementos complementarios era aún mayor –un mechero y la luz de un teléfono móvil–, a pesar de lo cual Cortés construía un drama intenso, perfectamente creíble y con no pocas ramificaciones sociales y políticas, Steven Knight juega en Locke con bastantes más posibilidades materiales: cambia constantemente la posición de las cámaras digitales con las que ha rodado, las sitúa fuera del vehículo en ocasiones, juega con las vistas nocturnas de la carretera y añade multitud de efectos luminosos, reflejos en los cristales, enfoques, desenfoques y otros recursos visuales y sonoros. Y, paradójicamente, su película da la impresión de ser algo más reiterativa y a ratos artificiosa que la de Cortés.
Esa comparación, sin embargo, no debe restar méritos a un excelente ejercicio cinematográfico, que más que un alarde caprichoso o gratuito es una reflexión indirecta sobre la situación del individuo contemporáneo, atrapado y a la vez llevando en brazos por dos artefactos como el automóvil y el teléfono, que le permiten desplazarse y estar en contacto con otras personas, pero a la vez pueden poner de manifiesto con particular crueldad su aislamiento íntimo y su radical soledad. Una reflexión, por cierto, espléndidamente materializada por la magnífica interpretación solitaria del veterano Tom Hardy y con unas voces telefónicas que, al menos en la versión original, suenan convincentes y perfectamente subordinadas al objetivo que deben cumplir. La capacidad de sugerencia del filme, en varios sentidos diferentes, hace que el nombre del protagonista, que le da título, remita, por lo que tiene de apunte sobre la moralidad, al del filósofo inglés John Locke, que publicó en 1690 su conocido Ensayo sobre el entendimiento humano, y es posible que también al del personaje homónimo de la serie de televisión Perdidos.
FICHA TÉCNICA
Dirección y Guion: Steven Knight. Fotografía: Haris Zambarloukos, en color. Montaje: Justine Wright. Música: Dickon Hinchliffe. Intérpretes: Tom Hardy (Ivan Locke), Olivia Colman (voz de Betham), Ruth Wilson (voz de Katrina), Andrew Scott (voz de Donal), Ben Daniels (voz de Gareth), Tom Holland (voz de Eddie), Bill Milner (voz de Sean), Danny Webb (voz de Cassidy). Producción: IM Global. Shoebox Films (Reino Unido y Estados Unidos, 2013). Duración: 85 minutos.
