Algunos testimonios simbolizan la dignidad del ser humano. No solo ponen de manifiesto comportamientos y actitudes dignas de encomio sino que interpelan a quienes nos resignamos, aunque con cierto disgusto, a ver la vida pasar.
Encuentro en estos días dos ejemplos extremos, aunque bien dispares.
Por ejemplo, el escrito de Iliá Yashin, preso en un penal de Siberia por criticar la guerra de Ucrania y condenar la matanza de Bucha. Fue condenado a ocho años y medio de reclusión. Es el testimonio de quien, pese al riesgo de morir en el empeño, proclama que callar no es resistir y que la libertad no es una circunstancia sino un derecho. Lo anuncia Mi amigo Navalni, título de un artículo difundido en medios de comunicación internacionales.
Otro muy diferente lo suscribe Norma García Martínez, en una carta a la directora de El País, titulada Uno de los 7.291. Aquí también se trata de negarse a callar. Sin más.
La dignidad se construye como un valor propio, pero también se confronta con actitudes y realidades que la amordazan.