«Timbuktu». Abderrahmane Sissako, 2014
Apenas llegan a las pantallas españolas películas africanas. Y eso que nuestros vecinos del norte llevan muchos años contribuyendo a su producción y promocionándolas bajo el paraguas de la francophonie. Desde el ya clásico senegalés Ousmane Sembene, autor de La noire de… en 1966 y Mooladé en 2004, entre otros muchos títulos, al tunecino Abdellatif Kechiche (La vie d’Adèle, 2013), pasando por el maliense Souleymane Cissé (La luz / Yeleen, 1987) y el egipcio Youssef Chaine (El destino / Al-Massir, 1997), pocos más son los nombres conocidos de cineastas de esas tierras tan cercanas. A pesar del interés de varios festivales españoles por presentar algunos de sus filmes aquí.
Llega ahora, impulsado seguramente por su candidatura al Oscar a la mejor película de habla no inglesa, este Timbuktu, cuarto largometraje de ficción del mauritano residente en Mali Abderrahmane Sissako, de quien ya conocíamos Bamako (2006), alegato contra la devastación del continente africano por el capitalismo transnacional, encabezado por el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y otras mafias legales.
La película engarza varias situaciones fragmentarias que describen la vida cotidiana en la ciudad que le da título y sus alrededores, dispuestas en torno a la historia de una familia que vive en una jaima en el desierto, dedicada al cuidado de unas cuantas vacas. Una de estas, llamada curiosamente GPS, en un sitio donde abundan los teléfonos móviles y otros artilugios, en abierto contraste con las costumbres locales, se escapa en medio del río y destruye las redes de un pescador, que la mata de una certera lanzada. Enfurecido, y después de perdonar al niño que las cuidaba, el padre de familia se enfrenta con aquel, llevando oculta una pistola que se dispara quizás accidentalmente y le provoca la muerte.
Ahora deberá enfrentarse al nuevo tipo de justicia que han implantado a sangre y fuego los invasores yihadistas y su brazo armado, la temible policía islámica. Ahí radica el núcleo temático del filme. En la imposición por la fuerza de un islamismo radical en un territorio cuyos habitantes, en su mayoría también creyentes, vivían de forma relativamente apacible, dentro de su pobreza. De pronto se prohíbe fumar, jugar al fútbol, cantar o escuchar música, las mujeres deben llevar calcetines y guantes, además de cubrirse la cabeza, y otras normas parecidas, cuya transgresión puede costar muy cara: una pareja que tiene dos hijos sin estar casados –pero sin adulterio tampoco– será lapidada ritualmente, otros caerán bajo las balas, y los niños correrán desolados por la arena, como esa cría de gacela que constituye la metáfora central de la película.
Abderrahmane Sissako lo filma todo con calma y matices, sin aspavientos y sin recrearse en la violencia que atraviesa la narración, pero con una belleza serena, materializada en planos largos y lentos –ampliados en ocasiones por la necesidad argumental de que algunos personajes traduzcan lo que expresan en distintos idiomas–, unidos con un peculiar sentido de la elipsis, que nos lleva de una situación a otra de forma que al final lo que de verdad nos impresiona es el conjunto y lo que este significa.
Se puede estar más o menos de acuerdo en la distinción entre un islamismo pacífico y hasta cierto punto tolerante y un yihadismo brutal, que en parte reacciona contra la violencia ejercida por los occidentales, pero se aplica ante todo y con especial virulencia sobre los propios creyentes. Y Timbuktu ofrece material suficiente para la reflexión en este sentido.
Por otra parte, cuando algunos cristianos de buena fe se horrorizan, y con razón, ante la violencia intolerante de cierta interpretación del islamismo, habrá que recordarles que Mahoma lo fundó en torno al año 610 de lo que llamamos nuestra era. Es decir, hace 1.400 años. Y que en 1431, la Iglesia cristiana quemó en la hoguera a la joven mística Juana de Arco, acusándola de brujería aunque con otros motivos inconfesables. Y todavía en 1600 hizo lo mismo con el dominico Giordano Bruno por herejía… a propósito de la concepción material del universo. Por si ayuda a situar las cosas en su sitio en lo relativo a intolerancias.
FICHA TÉCNICA
Dirección: Abderrahmane Sissako. Guion: Abderrahmane Sissako y Kessen Tall. Fotografía: Sofiane el Fani, en color. Montaje: Nadia ben Rachid. Música: Amin Bouhafa. Intérpretes: Ibrahim Ahmed (Kidane), Abel Jafri (Abdelkerim), Toulou Kiki (Satima), Layla Walet Mohamed (Toya), Mehdi Mohamed (Issan), Hichem Yacoubi (yihadista), Kettly Noël (Zabou), Fatoumata Diawara (cantante). Producción: Les Films du Worso, Dune Vision, Arches Films, Arte France Cinéma y Orange Studio (Mauritania y Francia, 2014). Duración: 97 minutos.
