
París, enero de 2015. Un par de tipos, pertrechados con armas automáticas, granadas y un entrenamiento bélico, asaltan una revista satírica y matan a doce personas, la mayoría, miembros de la redacción, y dos policías. Mientras los asesinos huyen, otro hombre, que reivindica a los anteriores, ocupa un supermercado judío y retiene a varios rehenes: otros cinco muertos más. La policía abate a los tres terroristas. La policía abate a los terroristas. Ya son veinte los muertos y el pánico se ha instalado en nuestra casa o en sus alrededores. El riesgo existe. Los tan cacareados valores de la sociedad occidental del bienestar se ven amenazados. La conmoción impide el discernimiento. Pura barbarie.
Demasiado bárbara para ser solo eso.
Unos llevan las explicaciones al terreno de la política, a la lucha por la hegemonía (ya sea en el seno del yihadismo, entre Al Qaeda y el EI, o en el de la influencia mundial); otros, a la sociología (las sociedades occidentales no han sabido integrar a los inmigrantes en su seno); un tercer grupo, al conflicto religioso, casi siempre, en el fondo, tendente al totalitarismo y la exclusión del no elegido por el dios verdadero; los hay que solo atienden a la necesidad de mayor seguridad (más policía para garantizar la inmovilización del enemigo) o a la economía como explicación de todo (detrás del terrorismo siempre hay intereses económicos e intereses extraordinarios); algunos se fijan en el marketing de estas acciones, el marketing de la violencia, como una finalidad en sí misma…
En estos días la emoción se impone a la reflexión. Sin embargo, es necesario entender. Necesitamos entender.
Ninguna de estas perspectivas explica la realidad. Eso se intuye fácilmente. Pero la emoción y la complejidad impiden comprender la globalidad. Hoy ese deseo se antoja inasumible e inabarcable, porque, además, tal vez, no interese. El miedo es útil; para algunos. El pánico es el paso previa a la demolición de los principios. Basta leer algunas propuestas ya elevadas a la vía ejecutiva para ratificarlo.
Sin embargo, hasta por encima de todo eso, necesitamos entender. Lo queremos.
