
La universidad española ofrece títulos de magia. El Real Centro Universitario María Cristina, de los padres agustinos, aunque adscrito a la Universidad Complutense de Madrid, lanzó hace tres años el Título Superior de Ilusionismo (triplemente mayúsculo), pionero en el ámbito del alma mater y socialmente imprescindible, dado el alto número de personas que efectuaron la matrícula y se lanzaron a su estudio.
A la postre, la dirección general de Universidades abortó el reconocimiento académico (la homologación del título superior), pero no la enseñanza de tales materias en un centro reconocido oficialmente como universitario. La dirección general lo aguanta, lo tolera sin descalificarlo a perpetuidad. Y la Universidad Complutense sigue en su sitio.
Los alumnos que este año conseguirán la primera orla de magos de la historia están cabreados, con razón, porque les estafaron: no serán doctores en Ilusionismo; tienen derecho a reclamar. Pero el problema les desborda.
Cuando la universidad decide denigrarse a sí misma y entregarse a las urgencias de financiación, a la lógica simple del negocio o a la fe (en el esoterismo, en lo alternativo o en la cienciología), la suerte de la educación está echada.
Hay casos similares al del ilusionismo. El mismo centro ofrece el título de Quiropráctica, la Universidad de Zaragoza avaló la especialidad de Homeopatía… Sorprende en esas circunstancias que la titulación superior en Teología no haya sido reconocida por la universidad pública dentro de las facultades de Ciencias Exactas. Se lo están pensando.
