Me había incorporado a Antena3 Televisión como director de informativos de fin de semana. Debió ser en septiembre del 92. Entonces le conocí. Era uno de los personajes más populares de la redacción. Ocupaba un cuartucho al que acudían los reporteros, antes de salir a una cobertura, en busca de las cintas vírgenes o, antes de acometer la edición definitiva de las noticias, a reclamar las grabaciones de uso mas frecuente, relacionadas casi siempre con asuntos recurrentes o de mayor actualidad. Él controlaba las entregas, rellenaba los partes de control y realizaba las búsquedas en la base de datos.
Golpeaba el ordenador con un ímpetu infantil y apresurado. Le bastaban dos dedos para exigir sus peticiones. Los elevaba a la altura de su cabeza, concentraba la vista en el teclado y golpeaba la tecla elegida con precisión y entusiasmo, aunque a veces la respuesta tardara en llegar. Aparte de la lentitud de un sistema informático que en aquellos tiempos ya resultaba arcaico, la falta de acierto no obedecía a la impericia tecnológica del usuario, a una descoordinación psicomotriz congénita u otra explicación tópica, sino a un problema de lenguaje. Él, la máquina y casi todos los acudíamos al garito hablábamos idiomas diferentes.
La máquina estaba programada para lo simple, lo convencional, lo codificable. Él se sublevaba con un deje agitanado que confundía las eses y las zetas y eliminaba consonantes, e incluso vocales, oriundo de Granada y rico en sentimientos más que en discursos.
Era un tipo genial, cariñoso y querido, que presumía con media sonrisa de sus hijos pequeños y de su mujer, cuando el agobio de la redacción se lo permitía y cuando se relajaba de su propia responsabilidad, por la que se obligaba a entenderse con máquina sin sentimientos que, para colmo, se expresaba en otro idioma.
Un día nos contó, entre una búsqueda y un registro, que se iba a publicar un disco suyo. Su bigote lució entonces un porte distinguido frente a nuestro asombro. Sin embargo, siguió disfrutando cada vez que descubría en el fondo del sistema las imágenes que le requerían, después de haber cambiado el orden de las letras e incuso las letras o de haber reclamado al redactor que se entendiera él definitivamente con el trasto.
Acudimos a sus conciertos y quedamos estremecidos, asombrados: ¿Qué hacía Benjamín en aquel cuartucho? Él también se lo preguntó cuando llegaron las giras y empezó a vislumbrar que sus chiquillos podrían encontrar el pan en otro sitio. Cada vez que nos veía, agradecía nuestra visita, recordábamos y reíamos.
Él era Benjamín Escoriza, la voz emocionante de Radio Tarifa y de otros proyectos más solitarios. Ayer supe que había muerto. ¡Qué putada es esto!
