Regreso de las vacaciones que no tuvimos

Lo peor del supuesto síndrome vacacional (inexplicable en el caso de quien, por definición, no puede disfrutar de vacaciones) es la vuelta a lo sabido, a lo dicho mil y una veces sin efectos, a lo que solo admite expectativas y compromisos que ya han sido explorados e incluso frustrados.

Así comienza la temporada. Con una actitud cansina. El verano ha calentado el conflicto catalán, ha agostado (el tiempo lo dirá) algunas expectativas de cambio para final de año y ha incendiado la insolidaridad, como prueba la catástrofe moral que desvela el temporal migratorio que asola y asuela a Europa.

¿Qué añadir? ¿Para qué repetir lamentos ya gemidos? ¿Con qué intención reincidir en lo ya escrito? ¿Basta con subir el nivel del grito o de la rabia? ¿Por qué moderar la reflexión a la búsqueda de un cierto convenio? ¿Para qué reivindicar la pureza estéril o la complejidad que atrofia la acción?

Porque no se nos antoja otro motivos para creernos vivos. O sea, porque sí.

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