
Javier Arenas no disimuló: puso cara de difunto.
Cospedal, con rictus de dolores, encubrió el seceso con cifras ridículas.
José Antonio Griñán exhibió alegría por la derrota.
Elena Valenciano argumentó prolijamente contra natura.
Sólo Diego Valderas mostró coherencia entre el resultado y su apariencia.
Un único rostro proclamó por entero su verdad: el siempre campechano y risueño Arenas reclamó a sus fieles el más sentido pésame. Sea.
En Asturias los llamados a gobernar hicieron apología de la tristeza y los llamados a la oposición del éxito.
Sólo los primeros tenían razón.
¡Pedazo marrón! Aunque a ellos ese detalle tal vez les importe menos.
