
Antes se avecinaba un temporal por el oeste y en la Costa da Morte o en el Peine de los Vientos se desataban unas olas impresionantes, propias de una naturaleza apabullante. En esas condiciones, se sabía, no bastaban los paraguas para protegerse de la lluvia, porque el vendaval arrastraba a las personas empeñadas en pelearse con su furia, y estaba prohibido asomarse a los acantilados para evitar que pasara lo que tenía que pasar.
Ahora a esos fenómenos, tan fotogénicos y televisivos, adquieren nuevas denominaciones y representaciones, y ahí estamos todos, acodados en la barra del bar, confirmando la brutalidad de las tormentas y la generalización peninsular del aparato meteorológico.
Un mozalbete, con pinta de alelado o de gañán, ha interrumpido a los sabedores de tanto cataclismo e incluso a los oráculos televisivos de los dioses.
– Viene una ciclogénesis explosiva que os vais a cagar.
Hemos asentido unánimemente. Nos lo iba a decir a nosotros.
