
Manuel Cruz escribía en febrero de este año, en El Confidencial, un artículo titulado Asesores al asalto del cielo. Contaba cosas que están pasando. Lo guardé y hoy lo he reencontrado. Para que no permanezca escondido, lo saco aquí:
Consagrados al análisis más superficial de los discursos y encandilados con la visibilidad inmediata y masiva que proporcionan los mencionados escenarios mediáticos, estos políticos presuntamente de nuevo cuño confunden la destreza dialéctica con la competencia para la cosa pública, confusión simétrica a la de identificar una buena imagen desde el punto de vista de la mercadotecnia con la capacidad política propiamente dicha.
A veces no puedo evitar pensar si eso que algunos pomposamente denominan relevo generacional, regeneración de las élites u otras expresiones de similar pretenciosidad, se está sustanciando en realidad en algo que recuerda a lo que, con perdón, ocurre en los cárteles de la droga cuando la policía de un determinado país consigue detener al capo correspondiente. Todos hemos leído en los periódicos que, tras tales detenciones, el cártel continúa funcionando como si tal cosa porque, de manera casi automática, sus lugartenientes asumen el mando de la organización. Se diría que algo análogo parece estar ocurriendo entre nosotros en las formaciones políticas tradicionales, solo que con un matiz sustancial.
Y es que en este caso el relevo no está siendo protagonizado por los lugartenientes, esto es, por los segundos en la cadena de mando de dichas formaciones. Aquí están siendo los asesores, publicistas, politólogos y demás profesionales especializados en la comunicación política y social (en algún caso, con masters y doctorados en dicho ámbito) los que parecen haber llegado al convencimiento de que ya estaba bien de trabajar por cuenta ajena, de escribir o analizar los discursos de los poderosos, de construir (o deconstruir en clase) la imagen pública de los políticos, o incluso de asesorar a gobiernos de cualquier parte del mundo en caso de recibir el encargo.
Se diría que han llegado a una conclusión del siguiente tenor: una vez que conocemos al dedillo los intríngulis del negocio de la política (lo que a buen seguro en una business school se denominaría know-how), ¿qué sentido tiene que nos conformemos con continuar en el lugar subalterno que veníamos ocupando hasta el presente? Y, en efecto, con un espíritu emprendedor muy propio de los tiempos que vivimos (con el complemento doctrinal de un cierto arriolismo-leninismo), han tomado la determinación de montar su propia empresa y competir con aquéllas para las que antes trabajaban, ahora decididamente en crisis. Por lo pronto, el departamento comercial de la nueva funciona a toda máquina y con excelentes perspectivas. Tal vez no podía ser de otra manera, vista la especialidad profesional de los promotores. Habrá que ver si, cuando llegue la hora de empezar a servir el producto, el cliente queda tan satisfecho como, de momento, parece estarlo con los vistosos folletos.
