
Al Ayuntamiento de Madrid no hace falta buscarle las cosquillas, él mismo alienta a los críticos. Al equipo de Carmena le persiguen sus adversarios políticos, pero también sus propios desatinos. Lo peor es que, a la postre, cuando se demandan explicaciones o medidas ejemplares, se aplican criterios y argumentos ayunos de sentido.
Llegó el carnaval, que es una fiesta para la transgresión, y se convirtió en berenjenal. La compañía Títeres desde Abajo representó La bruja y don Cristóbal. A cada cerdo le llega su san Martín: teatro de marionetas, aunque no aconsejado para menores, con una fuerte carga crítica y un afán de provocación no apto para melindres. El Ayuntamiento lo ofreció a la vista de los niños y a algunos padres se les alborotaron las meninges: un muñeco vestido de juez ahorcado, un policía apuñalado, una monja violada y agredida con un crucifijo y, para colmo, una pancarta con la leyenda «Gora Alka-Eta», reconocida como una referencia a Al Qaeda y al grupo terrorista vasco.
Hubo, pues, padres escandalizados y, sobre todo, un juez escandalizable, con antecedentes de mero policía. El Ayuntamiento recibió la iras de los primeros y los titiriteros el implacable rigor del segundo. Poco importa el argumento de la obra, el contexto de cada una de las acciones criticadas, incluso la indolencia de quienes confundieron los títeres de cachiporra con la programación infantil y las marionetas de guante con un enredo apto o aconsejado para menores. Menos importan aún las explicaciones de los titiriteros ante el juez: sin ambages ni exculpaciones vanas. A las claras, dadas las razones que les asistían.
En esa tesitura los titiriteros han sido víctimas de sí mismos, querían expresar la violencia de nuestra sociedad y la opresión de los poderes establecidos (que acuden a la manipulación de pruebas para incriminar a inocentes e imponer sus designios) y acabaron en la cárcel acusados por las pruebas con las que ellos mismos ejercitaban su denuncia. Una medida judicial absurda y abusiva, que el ayuntamiento capitalino ha avalado y criticado simultáneamente.
A la vista de la acumulación sucesiva de despropósitos (mal planteados y peor resueltos), el problema, tal vez, radique en el concepto de cultura que avala el equipo de gobierno municipal, dispuesto a convertir lo alternativo en el nuevo canon, a costa de abandonar el interés por los valores culturales generalmente asumidos. O sea, el problema quizás no sea otro que el modo en que los nuevos ediles comprenden y protegen la cultura, como si esta solo fuera un Patio Maravillas.
Esta sí es una reflexión necesaria. En el equipo gestor del municipio madrileño hay muchas aún pendientes. Y un criterio, complejo y claro. Por eso los mayores problemas no proceden tanto de sus propuestas como de sus respuestas.
He encontrado estas reflexiones de Santiago Alba Rico. Ilustran:
Paradoja criminal. Una obra de títeres que denuncia la criminalización política interesada es objeto inmediato de una criminalización política interesada cuyo destinatario real es el Ayuntamiento de Carmena, el cual, en lugar de solidarizarse con los mensajeros injustamente criminalizados, ahora en la cárcel, intenta descriminalizarse criminalizando también a las víctimas, con lo que sólo consigue parecerse a los criminalizadores, y ello de una manera tal que, sin rehabilitarse a los ojos de los que no pararán hasta restablecer el antiguo régimen en el Ayuntamiento, se deslegitiman a los ojos de quienes tenemos que sostenerlos allí. Puede que la obra fuera mala y demagógica (no la he visto) y además inadecuada para niños; y si este es el caso habrá que reprochar a los responsables municipales que, en una situación tan delicada, con tantas cosas en juego, hayan sido tan poco cuidadosos y previsores. No había por qué contratarlos y, desde luego, una vez contratados, habría sido bueno advertir que se trataba de una pieza para adultos. Pero justificar o no denunciar ahora este intolerable atropello contra la libertad de ficción supone declararse derrotado en el único espacio real -el de los derechos civiles y culturales- donde somos más fuertes que ellos. De momento hay dos personas en prisión incondicional (¡prisión incondicional!) por haber exhibido, en el contexto de una ficción teatral, una pancarta tan absurda que, en su misma explicitud, se autodestruye como cuerpo de delito. Como sabemos, uno de los rasgos definitorios de las dictaduras es el de la literalidad y la oligosemia: el de una práctica punitiva que ignora la diferencia entre realidad y ficción, entre política y arte, para castigar frases aisladas y sin contexto (atribuidas a intenciones prejuiciosamente penalizadas). En los años 80 escribí los guiones de la bruja Avería, que se emitían en un programa infantil en la 1ª cadena de TVE y en los que este malvado y divertido personaje no dejaba de reivindicar la dinamita, la nitroglicerina y las explosiones nucleares. Al parecer empezamos la segunda transición con menos libertades y menos coraje. No conozco a los titiriteros encarcelados y no siento ninguna admiración por ellos; ni siquiera estoy seguro de que su pieza teatral me gustara. Pero como autor de los guiones de Los Electroduendes, votante de Ahora Madrid y crítico feroz de la primera transición, no puedo dejar de expresar mi solidaridad con los encarcelados y mi preocupación por estas prácticas criminalizadoras (y nuestra escasa respuesta ante ellas), criminalización de la que la víctima final y verdadera es la sociedad española y sus deseos y oportunidades de cambio
