Un perro a la mesa

Discutían dos mendigos en un parque. Los veía desde lejos, pero sólo pude escuchar la frase que zanjó la conversación:

– Un animal es un animal y una persona es una persona.

 

Días después asisto a un debate radiofónico en el que se plantea la conveniencia de que los propietarios de establecimientos públicos admitan a los perros el acceso; en particular, en los restaurantes. La inmensa mayoría de los oyentes expresa una opinión taxativa y favorable, tan comprensiva con los animales como con las personas.

Una mujer explica que, hace ya diez años, en Lyon, no solo aceptaron a su perrita en el comedor gourmet sino que le reservaron una silla en la mesa.

 

Absorbido por la unanimidad argumental que asimilaba los derechos caninos a los humanos, olvidé la sabiduría de los mendigos. Otra oyente explicó entonces que tenía dos galguitas, “adoptadas”, explicitó…

Se me nubló la vista. Por un momento pensé que las susodichas podrían haber sido biológicas o naturales; de la oyente, claro.

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