
Los chinos han acabado con la buena vecindad.
No se trata de una cuestión racista. Ni tiene que ver con la geopolítica o el régimen del presidente Xi Jinping.
Se trata, simplemente, de que antes no había un chino ni tan cerca ni abierto a todas horas.
Desde entonces la buena vecindad se tornó inútil.
Se perdió la urgencia de un par de huevos o un poco de sal.
