Venezuela y Brasil: la distancia en las miradas

Hubo un tiempo en el que no pocas personas, lúcidas y comprometidas, reivindicaron desde lejos el régimen bolivariano de Hugo Chavez en Venezuela. Un buen porcentaje de ellas se mantuvo firme en el empeño tras la aBrasil-venezuelanacrónica ceremonia mortuoria del líder y el ascenso de su sucesor emérito, Nicolás Maduro. Ni siquiera la ceremonia permanente del caudillismo despertaba las alarmas, como si no fuera un síntoma irrefutable de la degradación de los principios del régimen y del propio sistema.

Ahora no hay quien entienda la aberrante situación social y política venezolana. El empecinamiento ideológico contra la realidad y la ausencia de un respaldo social para salir del abismo se antojan tan imponentes que no admiten réplica. Ante el desabastecimiento, el hambre y la violencia no valen excusas, ni siquiera las del bloqueo externo. Esa situación por sí misma obligaría, salvo a un sádico, a tragar sapos y a pactar una salida. Frente al Lula-Chavez-Petrobras1voto mayoritario solo cabe aceptarlo y callar, antes de ponerse a recuperar, si ese fuera el objetivo o la razón de todo, la confianza perdida.

Lo demás solo se puede entender desde el empecinamiento, la corrupción o la barbarie.

En Brasil el respaldo a los líderes que iniciaron la transformación social del país se ha esfumado casi de repente, sin necesidad de entender lo ocurrido. La legalidad constitucional los ha sacado del tablero, siquiera durante unos meses. Los corruptos han alcanzado el poder, pero desde lejos la decepción ha teñido las expectativas depositadas en Dilma Rousseff y, antes, más aún, en Lula da Silva. A estas alturas se confunden los motivos del impeachment y la evolución de país que aún busca escapar del hambre y, también, de la violencia.

Dilma_Rousseff_e_Nicolas_Maduro-09-05-2013A Dilma la han traicionado sus pactos y otros errores, como el desesperado recurso a Lula. Sin embargo, su acción pública, heredera de la del símbolo del cambio brasileiro, aún alentaba esperanzas. Pero la realidad se enfangó y ganaron credibilidad los que emponzoñaron el tablero.

Quizás ambas situaciones no admitan parangón o carezcan de elementos comunes. Sin embargo, da la impresión de que, más que en la realidad de los hechos, la diferencia radica en las miradas con que se las observa. Al menos, desde determinados ámbitos.

¿Por qué eso? ¿Aún cautiva alguna pulsión totalitaria?

Artículo anteriorCinco años después, el 15M
Artículo siguiente«El olivo». Icíar Bollaín, 2016