
Unos tratan de evitar la elección de Puigdemont a toda costa. Otros pretenden conseguirla a cualquier precio, / Unos tratan de imponer la legalidad por encima de todo. Otros pretenden imponer la voluntad popular sin matices. / Unos tratan de evitar el enfrentamiento entre la legitimidad popular y la legalidad institucional. Otros pretenden exacerbar esa disputa. / De democracia no hablamos.
Por todo ello el Constitucional acudió en socorro del Estado. Y Puigdemont se negó a atender la llamada que le hizo el president del Parlament. / ¿Hay alguien en su sano juicio?
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En el Esperpento Nacional en que vivimos todo lo razonable resulta inconveniente. Abandonar el bucle melancólico del independentismo en beneficio de una convivencia más respetuosa con la otra parte de Cataluña dividiría a sus huestes. Renunciar al ariete judicial por parte del Gobierno español en aras de una actuación más sosegada y pedagógicamente estimulante reduciría los réditos electorales que propicia el encono de los nacionalistas españoles.
Pero, si lo razonable resulta inconveniente, ¿en qué mierda de política estamos enfangados? O aún peor: ¿en que mierda de sociedad vivimos?
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El proces despertó ilusión. Luego, enfrentados a la realidad, sus impulsores acudieron al ilusionismo para mantener la llama encendida, pero acabaron convertidos en trileros. El ilusionista seduce a la gente con la habilidad de sus manos o la distracción de sus admiradores; en su juego hay trucos que todos aceptan para disfrutar de la sorpresa que provoca lo inverosímil; el trilero, en cambio, necesita un público crédulo e ignorante al que también confunden la palabrería y los señuelos.
¿Dónde estamos?
