Tengo prisa. Acabo de recibir un aviso familiar urgente. Al sacar el coche del garaje me lío con el cinturón de seguridad. No puedo reprimir mi enojo. Grito:
– ¡Coño!
Una voz procedente de algún punto del salpicadero responde:
– Eso no se dice. ¡Y usted lo sabe!
Me paralizo. No era ciencia ficción. ¿O sí?