ZP, con dios

Zapatero no ha dicho que se va, sino que se irá. Y aunque la marcha tenga plazo fijo, no es lo mismo. Zapatero ha dicho, pues, que se irá y, aparte de si es bueno para España, para su partido o para él mismo, sólo acierto a concluir que se ha situado, siquiera personalmente, ante una encrucijada aún más difícil o perversa que la que arrostraba. Pese a todo, tengo la impresión de que hoy, al menos, debe sentirse mucho más relajado y hasta más tranquilo.

No sé si la decisión es buena para España. Tampoco importa. A fin de cuentas la posibilidad de ratificarla o de cambiarla habría dependido, en última instancia, del juicio de los españoles y, por lo que parece, los electores ya habían decidido darle la espalda. O sea, que, a falta de conocer la valoración de los cielos o de la historia (tanto monta), su anuncio poco cambia.

No sé si la decisión es buena para el PSOE. Eso importa aún menos. Las razones de los partidos son muchas veces auténticas sinrazones y, aunque pudiera darse el caso de que ZP mereciera la desafección de sus propios compañeros, muchos de éstos ya habían dado muestras evidentes de que ansiaban movimientos en el escalafón. Está en su propia naturaleza, en la lucha por el poder y las aspiraciones militantes.

No sé si la decisión es buena para él mismo, siquiera en el ámbito personal o familiar. Pudiera serlo, pero ese sí que es un asunto que sólo a él y a los suyos les compete y que, a mi juicio, es tan importante como la suerte que pueda acaecerle a la cocinera del bar que se encuentra debajo de mi casa, a la que no conozco, aunque la salude cada mañana, cuando regreso del quiosco y la veo, mientras leo el periódico, esperando, bajo el frío o la lluvia, a que el dueño abra la puerta del negocio.

Intuyo que Zapatero ha adoptado una decisión difícil, que le obliga a debatirse un año bajo el asedio de casi todos los buitres de la política y sin otro escudo que la credibilidad o la condescendencia que puede recabar y recoger de la ciudadanía. No se puede comparar el suyo con el anuncio que hizo Aznar en su momento, por más parecido que parezca, porque el dirigente popular seguía dominando su partido e incluso disponiendo de la última decisión para designar al su sucesor; o sea, que tenía armas que mantener a todos callados y quietos.

Zapatero ha liberado de cualquier contención a la jauría en que suele convertirse su propia formación cuando olisquea la carnaza del poder vacante. No es muy diferente a la de otros grupos, aunque en este caso, porque se ponen al descubierto intereses y criterios contrapuestos, resulte más evidente que donde sólo compiten intereses y, por ello, caben mayores opciones de compromiso o chalaneo.

El calendario marcado no es completo. Por lo que ha dicho, ni un movimiento hasta las elecciones municipales y autonómicas del 22 de Mayo; primarias, si fueran necesarias, antes del comienzo del próximo curso. ¿Y luego? ¿Permanecerá Zapatero al frente del gobierno y del partido, incluirá en su equipo en posición relevante a quien vaya a ser el aspirante socialista, le cederá parte de su responsabilidad para auspiciar su candidatura, se echará las cargas a la espalda para que su alternativa llegue a las urnas sin culpas propias y ajenas?

Si da un paso atrás, será responsable. Y si no lo hace, también. Se le echará en cara, por unos o por otros. ¿Estarán convencidos los ciudadanos de que su presidente se preocupa por ellos o por él mismo o por quienes tramaron, siquiera en parte, el anuncio de su renuncia antes de tiempo?

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Aún tengo pendiente, a ello me comprometí, explicar por qué ZP no me cae mal. O por lo menos, matizo hoy, por qué me cae mucho mejor que Rosa Díez.

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